VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Impotencia

Iñigo López de Ilárraza, 16 años

                 Colegio Vizcaya (Bilbao)  

Impotencia era lo que sentía en aquel momento. Un sentimiento de odio, de rencor, de venganza al ver cómo sucedían las cosas sin poder hacer nada. Era un sentimiento que me estaba comiendo por dentro. Solo quería gritar y pegar golpes a todo lo que estaba a mi alrededor.

Era un cúmulo de cosas lo que había provocado esa desesperación que sólo me hacía daño a mí mismo, pues odiar todo lo que me rodeaba no iba a solucionar nada, solo iba a hacer que mi furia aumentara. A pesar de saber esto, no luché por calmarme sino que me dejé llevar por mi enfado hasta tal punto que pensé que mi cabeza explotaría. Las personas que me rodeaban se reían de mí, disfrutando de lo que habían logrado. En sus bocas se repetían constantemente las palabras: ``Bien hecho, le hemos dejado en ridículo”; “Le hemos humillado’’.

Aquella tarde me había preparado a conciencia: había cuidado que mi ropa estuviese completamente lisa y limpia, que mi pelo estuviese perfectamente peinado y que la colonia estuviese esparcida en su justa medida. En mis labios se dibujaba una sonrisa que mostraba la alegría que me invadía en aquel momento. No era para menos, ya que los de mi clase me habían aceptado como uno más, a diferencia de cómo siempre hacían, dejándome solo en los recreos, en el aula, en el autobús… Por eso me extrañó que me invitaran a la fiesta del siglo, como ellos decían.

Cuando llegué al local, todo el mundo se mostró encantador, ofreciéndome bebida, comida y mostrándose especialmente interesados en darme conversación. De vez en cuando notaba sus miradas de complicidad y la malicia que se reflejaba en sus ojos. Cuando estábamos bailando cerca de la piscina, una de las chicas más guapas de mi clase se acercó a hablarme; no me lo podía creer. Empezamos a bailar y ella me susurraba palabras al oído que me hacían llegar al éxtasis; sin embargo toda esta nube de sentimientos se desvaneció cuando la chica de mis sueños me pegó un empujón, de tal forma que caí a la piscina. Todos se rieron de mí. En ese momento fue cuando un sentimiento de impotencia y de furia invadió todo mi cuerpo.

Intenté pensar con claridad. Con el paso de los minutos me fui calmando hasta comprender que no iba a solucionar nada enfadándome. Yo tenía mis propios límites y sabía que los debía respetar. Era tan frustrante ver a todos los demás felices, divirtiéndose sin pensar en nada más que en ellos mismos y a costa del sufrimiento ajeno… Me di cuenta de que esas personas no merecían la pena.

Debía quererme un poco más pero no sabía cómo. Sin embargo no iba a darles el placer de verme vencido. No. Tenía el suficiente autocontrol para manejar la situación. Tracé en mi rostro una sonrisa de suficiencia, mientras los demás solo podían mostrar su rabia al ver que no habían conseguido el propósito de hundirme.