V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Improvisación

María Álvarez Romero, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Adrián y José salieron a escena. El primero llevaba un cigarro entre los dedos y fumaba ansiosamente. Su amigo caminaba al lado sin mirarle con buenos ojos.

–Nico, te he dicho mil veces que fumas demasiado. Deberías pensar dejarlo de una vez por todas.

El aludido le miró como si estuviese loco y aspiró otra calada.

–¿Qué dices? Sabes, perfectamente, que sólo fumo de vez en cuando.

–¡Oh, claro! –exclamó su acompañante con sarcasmo–. Se me olvidaba que, para ti, de vez en cuando es después de trabajar, en tu tiempo libre y, por supuesto, antes de acostarte.

Nico refunfuñó y siguió fumando.

–Si, al menos, lo redujeras a la mitad, tendrías mejor aspecto y se te quitaría esa cara de enfermo -añadió Adrián, que fulminó a José con la mirada.

Aquello último no estaba en nel guión. Nico tiró la ceniza al suelo y la pisó varias veces para evitar que el escenario ardiera.

–Tampoco tú eres una belleza –murmuró, consiguiendo que el publico riera–.

Además, ¿qué te importa lo que yo haga?Casi todo el mundo fuma. Sólo tienes que echar un vistazo a tu alrededor.

En ese momento varios actores aparecieron por ambos costados del escenario, todos fumando sin parar, consiguiendo convertir el escenario en una ajetreada mañana. Había un hombre con chaqueta y corbata, una azafata, un camarero e, incluso, una doctora y un bombero. El publico volvió a estallar en carcajadas.

Los protagonistas se miraron, contentos de causar tan buen efecto en los espectadores. José abrió la boca para que su personaje respondiera a Nico, cuando de repente una fina capa de agua comenzó a caer desde más allá del telón. Durante un instante el silencio reinó en el tratro. Los actores se miraron unos a otros, confundidos. Aquello no estaba programado. Nunca antes habían contando con efectos especiales. Adrián hizo una seña para que José prosiguiese con su papel.

–¿Lo ves? –tartamudeó–. El único modo de conseguir que tu cigarro se apague es con una repentina tormenta.

Su compañero suspiró, aliviado. Las clases que improvisación que habían dado juntos por fin daban su fruto.

–Tienes razón –contestó Nico, agachando la mirada. Miró la colilla y la tiró al suelo con desprecio-. Esta porquería me está matando. Dejaré de fumar, lo prometo.

Se abrazaron y el publico rompió en una cerrada ovación. En ese momento salió todo el elenco de actores a escena, se dieron la mano y se despidieron con una reverencia. La gente en pie les victoreaba.

Cuando se echó el telón, Adrián y José preguntaron qué había ocurrido.

–Al parecer, el detector de incendios hizo demasiado bien su trabajo con el humo de tu cigarro –respondó uno de los técnicos.

Adrián abrió un poco los cortinones para observar al público, que estaba convencido de que aquella lluvia formaba parte del espectáculo.

–Tienes razón –sonrió–. Deberíamos introducirlo en la obra.