XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Inefable 

Ricardo Fernández Sandoval

                Colegio Tabladilla  

Ojalá fuese una estrella. Así podría informarle a Antoine de Saint-Exupéry si el cordero al final se comió o no la flor, conceder sueños a otros niños como yo, guiar a los perdidos, iluminar los corazones fríos y ese tipo de cosas que suelen hacer las estrellas. Pero ni la hierba ni la arena de Haití pueden ya engañar al hambre, y por el tamaño de mi barriga no creo que me queden más de siete segundos de luz. Si tuviera más tiempo, tal vez llegase a ser una de ellas.

Pero no puedo quejarme; soy bastante afortunado, a diferencia de otros niños y adultos con vidas ajetreadas, que pierden el tiempo yendo de un sitio a otro, con la cabeza puesta en las cosas que van hacer antes de finalizar las que aún no han hecho. Todos ellos ni siquiera se han detenido para ver este imponente cielo estrellado. Sin embargo, yo las miro cuando tengo un problema. No me lo resuelven, pero me recuerdan que los asuntos verdaderamente importantes son esas pequeñas cosas: una flor, un volcán, un zorro o la sonrisa de alguien al que estimas.

Antes de que el día diera la última campanada, mientras anhelaba que desapareciese mi carestía como los hechizos de los cuentos, que se rompen a media noche, descubrí una estrella que bajaba del cielo.

Distinguí sus rizos dorados. Me extendió su pequeña mano y dijo:

—¡Tú también vienes del cielo!