VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Injusticia

Miriam Fernández Oyonarte, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

-Carmen Díaz...

A Carmen le dio un escalofrío cuando oyó su nombre. Se levantó del pupitre e intentó calmarse a sí misma. La suerte estaba echada. Lentamente comenzó a andar hacia la mesa de la profesora, que la observaba con una seria expresión en la cara. ¿Significaría eso que…? No, no podía ser. De todas formas, tendría la oportunidad de comprobarlo en unos segundos. Carmen cogió cuidadosamente el papel que le tendía su profesora. Volvió tranquilamente a su sitio, se sentó, respiró hondo y, por fin, lo miró.

Un tres y medio en Física.

Cuando terminó la clase, salió precipitadamente a la calle sin despedirse de la profesora ni desear un buen fin de semana a sus amigas. Estaba enfadada, muy enfadada. ¡Un tres con cinco! Carmen estaba segura de que cuando se enteraran sus padres, le caería una reprimenda. Era cierto que no había dedicado suficiente tiempo a estudiar, pero un tres con cinco... Ella siempre lograba aprobar.

No quería llegar a casa. Por la mañana se había enfadado con su madre. Además, le dolía la cabeza: tenía la sensación de que estallaría de un momento a otro.

Se sentó en la parada de autobús y abrió su mochila para sacar el mp4. Un poco de música le vendría bien. Pero el pequeño aparato no estaba allí. Ahora se acordaba: lo había olvidado en el bolsillo del abrigo que, con las prisas, se había dejado en clase.

“¿Qué más se supone que me tiene que pasar hoy?’, pensó Carmen, desesperada. “El mundo es injusto conmigo. Es imposible ser feliz así, cuando el día sólo trae problemas”.

Por fin llegó el autobús. Carmen subió en él y ni siquiera saludó al conductor, como solía hacer. Estaba de un humor de perros. No le importaba lo que pensara la gente, le daba igual que la tomaran por una niña mal educada. Si supieran el día que llevaba…

Encontró un sitio libre al final del coche, ¡menos mal!, y se sentó. Tenía ganas de llorar. ¿Por qué le pasaban esas cosas? No hacía más que preguntárselo. Estaba segura que ninguna de las personas que estaban en el autobús se sentía como ella en aquel momento. Estarían todos contentos, segurísimo. Pero ella no. A ella se le sumaban los malos tragos: la pelea con su madre, con su amiga Marisa, olvidarse el abrigo en clase y sacar un tres y medio en Física.

Carmen continuó dando vueltas a los mismos pensamientos, hasta que su dolor de cabeza se multiplicó por dos. Fue entonces cuando vio subir al autobús a una niña, más o menos de su misma edad, con los ojos enrojecidos. Se sentó a su lado y empezó a mirar por la ventana. Estaba llorando, sí, pero seguro que no había tenido un día tan horrible como el suyo. ¿O sí?... No podía saberlo.

Carmen comenzó a sentir curiosidad. ¿Qué podía pasarle a aquella niña para llorar tan desconsoladamente? ¿Habría suspendido un examen, como ella? Quizás también se había peleado con su mejor amiga. O, sencillamente, se encontraba mal. No, uno no llora en público cuando se encuentra mal, ni siquiera por un examen…

De pronto, sonó una breve melodía. Mensaje. La niña situada al lado de Carmen sacó su móvil del bolsillo. Carmen, curiosa, alcanzó a leer el ‘sms’: “Siento mucho lo de tu padre. Seguro que se recuperará del infarto. Cuenta conmigo.”

A Carmen le dio un vuelco al corazón. La niña se percató de la mirada atenta que su compañera de asiento le estaba dirigiendo y, para su asombro, le sonrió.

¿Cómo era posible? Aquella niña, a pesar de cómo se debía sentir, le sonreía a ella, una desconocida que tenía cara de pocos amigos y que la miraba perpleja.

El autobús llegó a la parada de Carmen y ésta abandonó el coche.

Algo había cambiado en aquel trayecto dentro de Carmen. El dolor de cabeza había desaparecido, estaba dispuesta a pedir perdón a su madre y a su amiga, y ya no se acordaba de su tres y medio en Física.