II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Inspiración

María Gracia Callejo

                Colegio Senara  

Para María, Lola, Elena y Mónica.

Para todos aquellos que me animan

continuamente a escribir. Gracias

La hojarasca tiñe de rojo el suelo parduzco y una cálida neblina esconde el sol, que intenta salir tras las colinas. De pronto la tierra se estremece y las ramas desnudas de las hayas tiemblan. Las nubes espesas se ciernen sobre el paraje y el viento empieza a silbar.

Llueve, y las hojas secas de los tilos vuelan elevándose al cielo, colándose por los resquicios y formando una amalgama de tonos amarillentos. Sí…, la luz se torna amarilla bajo el otoño.

Un golpe y, de pronto, primavera. Reverdece la hierba y los insectos zumban de flor en flor, llevando nueva vida a su paso. Un rayito de luz dorada se cuela por una esquina, haciendo reír a los cerezos, almendros y ciruelos que abren sus capullos hacia el cielo. Las gotas de rocío se apelmazan en cristalinos ramilletes, para luego deslizarse por un helecho, cayendo al suelo con un golpe mudo.

Voy deshojando una nomeolvides mientras paseo ladera abajo. Mi perro, un labrador canela, ladra y echa a correr porque ve algo entre los matorrales. Aparto una jara y me doy cuenta de que estás ahí, sentada junto al arroyo. Al reflejarnos, nuestros rostros se distorsionan, haciendo que tú rompas en una risa inocente y cantarina. Te cojo de la mano y paseamos hasta donde se acaba el horizonte.

Noto tu fragancia penetrando en mi interior. Tu silueta se recorta a contraluz; ahora anochece. Te miro a los ojos, buscando en tus pupilas mi reflejo o una sombra. Pero no hay nada; mi cerebro se ha quedado en blanco. Te vas alejando de mí. Tú, la dueña de una mirada vacía, mi musa, una mujer sin nombre.

Poco a poco, mi cuerpo se va relajando sobre el taburete. Me muevo y cruje. Ya casi no queda luz natural en la buhardilla. Una amarillenta bombilla llena de polvo ilumina la habitación y mi cerebro burbujea, intentando reconstruir el momento perdido, pero sin éxito.

Miro al espejo y no me reconozco. Una luz mortecina ilumina mi rostro, que aún guarda la señal de la magia. Mis ojos resplandecen por haber dotado de vida, por un instante, a mis sueños.

¡Qué sublime, aunque qué fugaz mi capacidad creadora! Ahora, mi cerebro está vacío, no hay nada, ni rastro de tu sonrisa, ni un suspiro, ni una lágrima… Tan sólo el lienzo inerte. Musa mía, desapareces. Te asustas y te vas cuando las exterioridades entran, inundando mi vida.

Comprendo que en mi corazón no hay sitio para dos: o tú o el mundo. Suspiro, agotado por el esfuerzo. Trazo y perfilo. Dibujo y plasmo lo que hay dentro de mí. Agoto mis recursos creativos, pasándome horas sin comer, casi sin respirar, pero no puedo... Es demasiado difícil sin ti.

Miro la tela blanca y sólo veo unos vagos trazos de pincel. Ni sombra de tu rostro. No puedo, sin ti… ¿Qué sentido tiene lo que hago?

Nunca seré rico. Nadie me felicitará ni me sacará de esta pocilga. Nadie apreciará las maravillas de las que soy capaz cuando tú estás a mi lado. Si tú no estás, si no vienes a mí..., ¿qué soy yo, sino un monigote con un pincel en la mano?

De pronto viene a mi memoria una conocida tonadilla: “Desterrar la vulgaridad aunque sólo sea un momento/ Convertir en virtud, defecto/ No es placer, es necesidad/ Es viento, es lluvia, es fuego”.

No lo hago por ellos, ni por ti sino por mí. Aunque tú le des vida a mi obra, soy yo el creador. Yo realizo la obra de arte, que es la que me hace ser feliz. Soy yo quien da vida a tus pensamientos, el que puede hacer maravillas con una pincelada, el que destierra la vulgaridad viendo la magia de una tarde de mayo. Yo creo al ser, tu le pones el brillo en los ojos.

Ahora vuelves. Noto como me acaricias un hombro. Entras en mi ser. Mis pies se elevan del suelo y mi alma tiene alas. Con tu magia me impulsas a volar, a desterrar lo mundano.

No es primavera, ni otoño. Tu estación perpetua es el verano. Poco a poco voy distinguiendo tus aromas: la hierba recién cortada, flores silvestres…

Cojo mi pincel y hago un fino trazo, delimitando en el lienzo la zona del pinar. Ahora practico uno más ancho: es el río que baja desde los neveros. Sonrío feliz. La naturaleza canta un himno: grillos, cigarras, arroyos y aves del cielo cobran vida a través de una pincelada llena de inspiración.

Todo respira y se mueve, en un aceitoso remolino de color. El azul del cielo se mezcla con el naranja del atardecer. Las golondrinas rompen el oxígeno de vuelta a sus nidos. Las luciérnagas se encienden entre tomillos e hinojos. Y en el horizonte, dos siluetas negras se recortan, perdidas en el infinito y se funden en un eterno abrazo.

Por un instante, se unen el artista y su inspiración.