V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

La abuela valiente

Olga Nafría Febrer, 15 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)  

Tengo una buena amiga a cuya familia le ha dado por el estudio. Todos en su casa se han entregado a los libros: que si idiomas, cursos a distancia... Pero lo más sorprendente es que su abuela ha decidido, por fin, aprender a leer.

Cuando me lo dijo, me quedé de piedra. ¡Su abuela no sabía leer! Me costó unos segundos digerir la noticia. Por una parte, me decía a mí misma: “no es tan raro; al fin y al cabo, no todo el mundo tuvo oportunidad de asistir a la escuela”. Pero entonces me imaginé como sería la vida sin saber leer: horrible. La abuela de mi amiga jamás había podido copiar una receta de cocina, disfrutar con una buena novela o, tan siquiera, dejar una nota en la puerta del frigorífico. Debía ser muy triste para ella ir por la ciudad y no saber en qué calle se encontraba o buscar la consulta del médico y no distinguirla entre los de letreros distintos.

La imaginé ante un folio lleno de letras, en el intento de descifrar aquellos símbolos extraños para sus ojos. A sus sesenta y cinco años, se esforzaba por aprender algo que la mayoría aprendemos a los cinco. También consideré a las chicas de mi clase, en las pocas ganas que solemos poner llegada la hora de estudiar. Siempre nos estamos quejando: cuando hay examen, cuando empezamos lección nueva, cuando nos mandan demasiados deberes... Lo tenemos todo muy fácil y aún así nos quejamos. Si hubiéramos tenido que luchar por aprender a leer como la abuela de mi amiga...

Los jóvenes nos caracterizamos por la pereza, también a la hora de asomarnos a la literatura. Es difícil encontrar un adolescente que prefiera una novela a su adaptación al cine. Preferimos la ley del mínimo esfuerzo: para contemplar una serie de imágenes que pasan solas, no hay que trabajar el cerebro.

Así, la abuela de mi amiga es un ejemplo de valentía. Deberíamos aprender de ella que nunca es tarde para enfrentarse a un reto que merezca la pena.