V Edición
Curso 2008 - 2009
La aventura de vivir
Anna Maria Febrer, 16 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Hace unos días tuve que coger el tren para volver a casa. Mientras esperaba mi turno para comprar el billete, me fijé en quienes estaban delante de mí.
Eran una abuela con su nieto, que esperaban también a que llegara su turno.
Ella vestía una blusa a cuadros y una falda azul. El chaval, de unos siete años, un polo blanco y unos pantalones de pana. Llevaba a la espalda su mochila escolar.
Cuando les tocó pagar, la máquina no les cogía el billete. Lo intentaron un par de veces y, al no tener monedas, decidieron pulsar el botón rojo de ayuda. Segundos más tarde se oyó una voz: “¿En qué puedo ayudarles?”. La abuela le explicó al micrófono su problema. Al no poder solucionarlo, el responsable del metro acordó que en pocos minutos un agente de policía iría a socorrerles.
La mujer y su nieto se retiraron de la fila y me tocó el turno. Lo que me admiró fue que la abuela no se enfadó sino que supo convertir aquel hecho irrelevante en algo más que un simple obstáculo. “¡Qué cosas nos ocurren, ¿verdad Miguel?. Que venga un guarda de seguridad a ayudarnos es una gran aventura!”. El niño la miraba feliz, bien orgulloso de que solo a él le pasaran este tipo de hechos. La abuela, para hacer tiempo, empezó a recordarle otras historias que les habían sucedido anteriormente. “¿Te acuerdas del día en que ese perro nos ladraba por la calle? ¿Y aquel en que perdimos el autobus y tuvimos que ir caminando y vimos toda la ciudad? ¿Y aquel en que...”
Me llamó la atención su comportamiento, ya que tendemos a enfadarnos cuando no nos salen las cosas a la primera o creemos que se nos acaba el mundo cuando hemos perdido el tren o nos sucede cualquier otra pequeñez. No nos gustan las dificultades porque nos asustan. Pero debemos aprender a ver el lado bueno de las cosas. Eso fue lo que me enseñó esta simpática abuelita.