III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

La bailarina

Maria Figuerola Ferrer, 16 años

                  Colegio Aura (Tarragona)  

      La música empezó a sonar y el teatro entero enmudeció, centrando los ojos en ella. El foco la iluminaba. Movió su brazo derecho al compás de la música. Le siguieron sus piernas, que se desplazaron hacia la derecha, con la elegancia que había hecho de ella una primera figura de la danza.

      El señor de las gafas blancas y negras y el bigote, sentado en la segunda fila, miró a su alrededor. Los espectadores no pestañeaban, siguiéndola con la mirada, dejándose llevar por su encanto. Se sentían paralizados por sus giros y saltos, que parecían imposibles. Mirándola bailar, parecía que aquellos pasos eran tan simples como el viento que sacude los campos de trigo. Ella conseguía dibujar sonrisas plenas de alegría, gozo y encanto.

      De pronto, el público quedó paralizado: la bailarina había caído al suelo. El hombre de las gafas fijó la mirada en la cara de desesperación de la muchacha.

      Las manos de la bailarina se apretaban con fuerza el tobillo derecho. El dolor le obligaba a fruncir las cejas. Su mirada reflejaba pena. Le temblaban los labios, conteniendo un grito de dolor.

      El público comenzó a murmurar. Ella, con gestos de sufrimiento, intentaba levantarse. Era inútil. La gente, inquieta, se ponía en pie y se sentaba. La bailarina no conseguía incorporarse. La orquesta no había interrumpido su música.

      Finalmente, los ojos se le llenaron de lágrimas y se hizo silencio.

      Aquella noche de enero fue la última en la que pudo mostrar su extremada elegancia y sencillez como bailarina. Fue la última vez que subió a un escenario.