XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

La banda de jazz

Minerva Ganivet Hernández, 14 años

          Colegio Pineda (Barcelona)  

A pesar de los decenios que habían pasado desde la guerra entre el Norte y el Sur de los Estados Unidos de Norteamérica, todavía quedaban lugares en los que la población blanca sentía y practicaba cierta superioridad sobre la población de color. Los negros tenían vetada la entrada en la universidad y estaban obligados a ocupar un lugar exclusivo (como si fueran peligrosos) en la mayoría de los espacios públicos. Tenían sus barrios, peor situados y más pobres que los de los blancos, sus zonas de paseo por las ciudades, y se les exigía —aunque fuera de manera implícita— que inclinaran la cabeza ante el paso de algún blanco.

Por aquel entonces había irrumpido en el espectáculo musical una tal Ally, muchacha neyorquina de dulces rasgos, ojos azules y melena rubia. Invitada por el teatro central de una ciudad del Sur, aquella noche iba a ofrecer el primero de sus conciertos junto a una singular banda, compuesta en su totalidad —y por capricho de la casa de discos— por cinco músicos de color.

Allison era una chica decidida, acostumbrada a ir de teatro en teatro, recibir flores y piropos y a volver a empezar el bucle.Toda la gente que se le arrimaba buscaba algún beneficio. Aunque cantar era lo que le hacía feliz, se sentía sola. Por si fuera poco, se le sumaba una situación que nunca había experimentado nunca: cantar junto a esa banda.

Bajó del coche. Había una multitud esperándola en la puerta del local, con una línea de periodistas en primera fila. Era hermosa, sin duda, y los hombres la vitoreaban al tiempo que los fotógrafos apenas la dejaban caminar; cuando pedía un poco de espacio, ellos la presionaban para que respondiese a sus preguntas con las cámaras alrededor de su rostro. Pero era lo normal. Ella era una estrella y todo aquello era algo que tenía que aguantar.

Por fin logró entrar en el local con ayuda de sus guardaespaldas. Era un sitio lujoso, aunque no muy grande. Se dio prisa, pues debía ensayar junto a la banda.

Todos los miembros del grupo, que estaban sentados afinando sus instrumentos, se levantaron e inclinaron la cabeza. Había un batería, un saxofonista, un trompetista y un pianista. El que momentos antes había estado limpiando su trompeta, se acercó a Ally y le quitó el abrigo educadamente, para colgarlo con cuidado en un perchero.

—Buenas, señorita Allison. Soy Mike y estos son los chicos. Cuando quiera usted empezamos el ensayo —le dijo—. La mujer de Bill, el saxofonista, ha preparado una tarta que nos gustaría comer con usted una vez acabemos, si no le importa, claro.

Ally estaba sorprendida. En otros escenarios nunca le habían ofrecido nada sin algún tipo de interés. Pero aquellos hombres deseaban compartir una charla sobre sus vinilos de jazz favoritos, sin recomendacones, dinero ni joyas de por medio. Eso era toda una novedad para ella, por lo que respondió, sin esconder su asombro:

—Me encantará que nos la tomemos todos juntos.

Ally sintió junto a ellos una alegría que hacía mucho que no experimentaba. Volvía a ser ella misma, no una estrella de la canción, y no le importó opinar abiertamente sobre muchos temas, ni contar algún chiste. Y lo que más le sorprendió es que no tuvo en cuenta la diferencia de su raza. Con la banda se sentía como en casa.

Ensayaron, improvisaron y jugaron con la melodía. Jamás se había encontrado con personas que tocasen con tanta habilidad, sentimiento y pasión. Hacía mucho tiempo que no se le ponía la piel de gallina ni disfrutaba tanto al cantar.

Después de retirarse a su camerino, llegó el momento de que subiera el telón. Aquel concierto tuvo algo de mágico. Muchos entre el público dudaron si se encontraban en un teatro o en el Cielo. Después de la larga ovación final, Allison abrazó a cada uno de los miembros de la banda y les pidió que siguieran junto a ella en la larga gira que le había firmado su representante.