XVII Edición
Curso 2020 - 2021
La báscula
Estrella Shan Zhou, 17 años
Colegio IALE (Valencia)
<<Y pensar que a principios de 2020, antes de que llegara la pandemia, no tenía que preocuparme por mantener la figura…>>, pensó Sheila, que aunque había nacido en España, procedía de China.
Que mantuviera la apariencia de una chica saludable era, para su familia, muy importante. Por eso, durante su infancia su padre no tenía reparos en recordarle:
–Tienes que hacer más ejercicio si no quieres ponerte gorda.
A Sheila aquello no le afectaba. Estaba satisfecha tal cómo era y nunca se había molestado en analizar su físico. Además, le gustaba comer, que es el rasgo más importante que describe la buena salud de un niño.
El problema llegó cuando cumplió dieciséis. Apareció el coronavirus y el gobierno ordenó un confinamiento estricto durante tres meses. Sheila, como el resto de los ciudadanos, no pudo salir de su casa. La imposibilidad de hacer ejercicio y la tentación de la nevera siempre a mano, le hizo ganar unos cuantos kilos. Y como había dejado de ser una niña descubrió que el espejo le delataba aquella gordura. Además, la insistencia de su padre comenzó a molestarla.
Una vez las autoridades permitieron que la gente saliera de nuevo, su padre decidió llevársela a correr por la ciudad. Aquello fue la gota que colmó el vaso, pues la primera vez, antes de que abrieran la puerta de la calle, él la miró fijamente, frunció el ceño y le soltó con un tono burlesco:
–Tienes las piernas más gruesas que las mías.
A partir de entonces Sheila decidió ponerse a dieta. Comía porciones muy pequeñas, y se despidió de los huevos que solía desayunar y tomar a la hora del almuerzo, también del puré de boniato que tanto le gustaba. Con su madre diseñó un menú saludable: verduras cocidas, insulsa pechuga de pollo, ensalada y fruta comenzaron a gobernar su vida. Y como cuando volvió al colegio su horario era distinto al de sus padres, dejó de desayunar, almorzar y cenar en familia.
Pronto bajó de peso. Ante los datos que le daba la báscula se sentía feliz. Pero cuando volvía a mirarse en el espejo no notaba cambio alguno, sino que seguía viéndose gorda.
Un día concluyó que había convertido la dieta en una obsesión, pues solo pensaba en lo que debía o no debía comer, y empezó a encerrarse en el cuarto de baño para llorar.
<<¿Por qué no estoy delgada?>>, se lamentaba. <<¿Por qué mi físico no ha cambiado después de perder cinco kilos?>>.
Sin embargo, quienes se encontraban con ella decían que había adelgazado mucho. Incluso su padre afirmaba que estaba más guapa.
Por fin se dio cuenta de que no podía ser esclava del marcador del peso. Dejó de subirse en la báscula, abrió los ojos y comenzó a disfrutar la vida como corresponde a una adolescente de diecisiete años.