XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

La batalla de un
hombre contra el insomnio

Diego Zatarain, 16 años

Centro Escolar Campogrande (Hermosillo, Sonora, México) 

Roberto regresaba a su casa completamente enajenado, transformado en un hombre perdido, entregado al pensamiento irracional y la locura, algo sorprendente en alguien tan perfeccionista. Sus rasgos físicos habían cambiado: parecía una criatura del inframundo a causa de sus ojeras, semejantes a bolsillos rasgados. Tenía los brazos débiles, con los huesos marcados bajo la piel, y caminaba con un jadeo angustioso. Como un muerto viviente, había enfocado su mente en algo obsesivo que, por supuesto, no eran los sesos de la gente que iba y venía a su alrededor:

«Necesito llegar al hogar… reposar en la cama… dormir una eternidad».

Ese pensamiento nublaba la razón y los sentidos de Roberto, que batallaba consigo mismo para no colisionar con otros peatones y mantenerse consciente. Pero sufría una tortura a cada paso, como si para llegar desde el trabajo a su casa fuera a necesitar más tiempo del que transcurrió entre el Big Bang y el aterrizaje lunar.

Había pasado un arduo día lleno de adversidades: cuestiones que atender y pisos que limpiar. Por eso necesitaba unas merecidas horas de sueño. Por eso no podía contener los deseos de dormir.

«En una cama cálida, con cobijas suaves para disfrutar de dulces sueños, ajenos a mis responsabilidades laborales».

En su cabeza vislumbró una cama mullida, como la de un hotel de cinco estrellas en un destino exótico. La imagen mental le incitaba de nuevo a dormir como un recién nacido. Y cuando al fin llegó a casa y se acostó, aguardó esperanzado a su recuperación.

Pero no parecía que ese momento fuera a llegar. Por cada segundo que pasaba, crecía su desesperación. Empezó a cuestionar la veracidad de todo lo que llevaba vivido desde que puso los pies en esa infame compañía. Desde entonces, todos sus sueños, relaciones y esperanzas se habían quedado relegadas a un segundo plano, pues solo reinaban penurias, tragedias y desesperanzas causadas por una sola razón: él mismo.

Su obsesión con la perfección, el odio hacía cualquier distracción y otras conductas irracionales y destructivas lo convirtieron en una sombra de lo que fue: amable, generoso y feliz. Sus pasadas relaciones también sufrieron las consecuencias, pues hacía tiempo que sus conexiones personales las mantenía con personajes ficticios de una serie televisiva.

Cada vez que trataba de alejarse de aquella locura, aumentaba su dependencia a las cosas extrañas que venía aceptando desde los últimos cuarenta años.

Al fin, después de dar muchas vueltas en la cama, logró lo que quería: dormir.

Habían pasado unas cuatro horas desde que se entregó en brazos de Morfeo, cuando Roberto se levantó reflexionando acerca de los mismos pensamientos.

Consideró que dejarse llevar por las obsesiones y aislarse jamás lo sacarían de su tormento. Solo si lograba abandonar semejantes conductas volvería a la normalidad que una vez conoció. Al fin volvería a ser digno de ser llamado Roberto, en lugar de ser un reflejo distorsionado de sí mismo. Sí, iba a convertirse en algo mejor; él sería…

Antes de terminar su epifanía, lo golpeó un nuevo recuerdo.

Su trabajo empezaba a las seis.