V Edición
Curso 2008 - 2009
La caja de música
Blanca Rodríguez G-Guillamón, 16 años
Colegio Sierra Blanca (Málaga)
-¡Feliz cumpleaños Cristina! –gritó un joven desde la puerta de la habitación.
La chica se revolvió entre las sábanas, se estiró para desperezarse y se sentó en el borde de la cama. Bostezó con sueño y se frotó los ojos.
-¿Qué hora es? –preguntó confundida.
-Las nueve de la mañana –le respondió el chico.
Cristina sonrió tímidamente.
-Hoy es mi cumpleaños –murmuró.
-Sí. Y que no se te olvide que he sido el primero en felicitarte.
-No se me olvidará, muchas gracias –dijo riendo.
Se oyeron unos pasos en el pasillo y, al poco, apareció una mujer por la puerta con los brazos muy abiertos.
-¡Mi pequeña, felicidades! –exclamó, apresurándose a abrazarla–. Mi hija es toda una mujer de dieciocho años.
Su madre se sentó a su lado y le tomó la mano. Miró a Alberto y asintió.
-Espera fuera y en seguida te la pongo guapa.
-¿Ya tengo que vestirme? –se quejó Cristina, bostezando de nuevo.
-No querrás salir al jardín en pijama, digo yo.
-¿Al jardín?
-Es cosa de Alberto, así que venga, cámbiate.
En la cocina había un pastel de chocolate y bollitos de nata y mermelada. Alberto llevó a Cristina de la mano hasta allí y la ayudó a sentarse.
-Huele a la pastelería de Almudena –dijo Cristina, encantada.
-Sí, aunque esta vez los he hecho yo –añadió su madre, orgullosa–. Pruébalos, querida. A ver qué te parecen. Tú también, Alberto.
El chico le pasó un bollito de nata a Cristina y cogió otro para él.
-¡Delicioso!
-¿De verdad te gustan, hija?
-Están buenísimos. Podrías ayudar a Almudena en la tienda.
-Uy no. Tengo bastante en mi trabajo.
Cristina se encogió de hombros y le pidió a Alberto otro de mermelada.
-¿Es mermelada de frambuesa?
-De fresa, creo –contestó el joven acercándole la bandeja–. Aquí tienes.
Una vez acabado el desayuno, su madre subió a las habitaciones para ordenarlas.
Alberto le pasó el brazo por la cintura a Cristina y la guió hasta la entrada.
-¿Preparada para recibir mi regalo?
-¿Está en el jardín?
-Digamos que he buscado un sitio romántico para entregártelo.
Cristina se rió y se acercó más a él.
-Adelante –le dijo sonriendo.
Los rayos de sol caían sobre en ellos. Se hacía evidente la cercanía del verano.
-Qué día tan agradable –comentó Cristina, alzando la cara hacia el cielo.
-Por supuesto: es tu cumpleaños.
Alberto la llevó hasta uno de los bancos del jardín.
-Prefiero sentarme en el suelo –replicó ella.
-Ningún problema...
El chico se sentó él a su lado, envueltos por el suave perfume de las flores. La observó en silencio, percatándose del sonrojo de sus mejillas. El sol la iluminaba de tal manera que parecía un ángel. Se acercó para acariciarla y deseó que, aunque solo fuera por un momento, sus ojos despertaran de la oscuridad a la que estaban sometidos. Miró en derredor y le sobrevino una punzada de dolor. Ella nunca contemplaría aquella belleza. Apretó los labios y cerró los ojos para no pensarlo. Entonces sintió que las manos de Cristina avanzaban indecisas por su cara.
-¿Qué te pasa? –le preguntó ella.
Alberto cogió sus manos y las besó.
-Nada. Estaba pensando en lo mucho que te quiero.
Cristina sonrió.
-Toma mi regalo, Cristina. Tiéndeme tus manos.
Ella las acercó hacia él. Alberto rebuscó un objeto dorado con pequeñas gemas incrustadas. La joya destelló.
Cristina palpó lentamente, sin dejar resquicio. Encontró un pequeño saliente y lo empujó. La cajita se abrió entre sus manos y comenzó una dulce melodía.
-¡Una caja de música! –exclamó.
Se abrazaron. Alberto había compuesto la música, inspirado en ella. Era triste y hermosa a la vez.
-Gracias –sollozó la chica, besando la cajita.
Alberto sentía un dolor hondo cuando Cristina sufría por no ser como los demás. Pero él la quería así. Apretó su mano con cariño y le susurró al oído:
-Te quiero, tal y como eres.
-Pero yo...
-Tal y como eres –repitió.