XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

La cámara de fotos 

Lorenzo José Varela, 15 años

Colegio El Prado (Madrid)

Más de una vez, mi hermana y yo nos hemos quejado a mi padre de la mala calidad de las fotos que captura su teléfono móvil, pues se ven borrosas debido a su baja resolución. Movido por la curiosidad, el otro día le pregunté cómo eran las fotos cuando él era pequeño. Al recordar aquellos tiempos, mi padre puso una cara pensativa y me explicó que por entonces ya existían las fotos a color –de hecho, también en la época de mis bisabuelos–, pero como eran más caras solían revelarlas en blanco y negro. Sólo a partir de los años setenta las fotos hechas a color se hicieron habituales. Por aquel entonces, cabían unas treinta y dos fotografías por carrete. Una vez acabada la película, había que llevarla a una tienda que tuviera un laboratorio oscuro para que no se velara la película, lo que costaba un dinero. Después inspeccionaba el negativo en unas tiras de acetato y elegía las fotos que quería revelar, que también costaban lo suyo. Ese proceso era largo, pues duraba más de un día, hasta que fue mejorando la tecnología y terminó por realizarse en apenas una hora. 

Ante aquel resumen, comprendí que cada fotografía era tan importante que había que usar los disparos sabiamente, para no desperdiciar espacio en la película. Hoy basta pulsar sobre una pantalla para obtener un resultado instantáneo, lo que me hace considerar si es verdaderamente necesario conseguir todo de inmediato. Me incluyo en este afán, porque si mi ordenador portátil tarda más de diez segundos en cargarse, empiezo a inquietarme. Y como mis padres suelen hacer la compra online, y como esta llega después de unas horas, me toca esperar hasta que suena el timbre para merendar unos cereales de chocolate. Si antes se utilizaban los disparos cuando se consideraba que la imagen valía la pena, hoy se toman las fotografías sin ton ni son. ¿Es que no sucede que más de un quinto de las fotos que tomamos son un desperdicio, puesto que están duplicadas o tienen baja calidad? 

Las fotografías digitales han cambiado la forma de ver el mundo. Hasta finales del siglo XIX, para conocer un lugar había que viajar, algo que solo unos pocos privilegiados se podían permitir. La mayoría de nuestros tatarabuelos tuvieron que imaginarse los destinos mediante la lectura o las crónicas que traían los viajeros. Fue a partir del método del heliograbado desarrollado por Joseph Nicéphore Niépce, que dejó de ser necesario el uso de la imaginación, pues los periódicos  comenzaron a reproducir imágenes fijas. Décadas después aparecieron las primeras cámaras Kodak, asequibles para todos los aficionados. A partir de entonces, las cámaras no solo permitieron la constatación gráfica de los distintos lugares del planeta, sino que se empezara a guardar la memoria instantánea de hechos domésticos como cumpleaños, bodas y otras celebraciones. Ahora, como tomamos las fotografías en cualquier lugar y momento, sin apenas pensarlas, este servicio ha perdido parte de su valor. Quizás tengamos que redescubrir el esfuerzo que ha costado traspasar la imagen real al papel, algo que nos resulta trivial y normalizado.