XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

La carta de una
vieja amiga 

Ignacio Sánchez Albert, 16 años

Colegio Stella Maris La Gavia (Madrid)

De vosotros tres, eres el único que mantiene contacto conmigo.  

A mí me cuesta mucho relacionarme. Sabes que llevo más de la mitad de mi vida en esta ciudad, y sólo tengo dos amigas y un amigo: Saúl, del que os hablé cuando nos conocimos. 

Me gusta estar con gente más joven que yo. Saúl vino a arreglarme el ordenador hace un montón de años, cuando yo aún vivía en Burgos y no en Santander. Ha sido una amistad fraguada a fuego lento. Él es un ángel que entró en mi vida de pura casualidad. De temperamento pragmático, me gustaría ser como él, porque, ya me conocéis, soy muy emotiva, una sentimental de libro. 

Saúl tiene esposa, pero no me canso de decirle lo mucho que le quiero. Él jamás me lo dirá; no importa, ya que me lo demuestra con creces. 

Pese a mis dificultades para relacionarme, vosotros hicisteis que me fuera fácil, divertido y empático. Como el escritor Julio Cortázar, hacéis de lo cotidiano algo mágico, extraordinario. 

Dada mi edad, me he visto envuelta en numerosas “batallitas”, pero no quiero ser “La abuela Cebolleta”, aunque mi madre, que fue sabia y refranera, siempre concluía con aquello de «alabanza propia, mierda segura». 

Seguramente fui una niña superdotada, pero eran otros tiempos, en los que este tipo de cosas no se valoraban. También me influyeron algunas condiciones familiares que eran adversas. El resultado lo he pagado muy caro. 

Crecí entre libros, tebeos y las películas de mi padre, que era el dueño del cine de mi pueblo, El Capitol de Villadiego. 

Tengo el don de la clarividencia, aunque pueda permanecer años dormida. Por eso, sólo a mí de entre todos los pacientes del psiquiátrico se le pudo ocurrir manifestar que soy clarividente. El médico lo apuntó en mi informe clínico, supongo que de modo peyorativo. 

Es curioso: siendo tan precoz, soy al mismo tiempo muy ingenua. Mi madre decía que soy el espíritu de la contradicción, y llevaba toda la razón.  Me adelanté a mi tiempo. Qué sabrán estos psiquiatras…  Sin embargo, como no me gusta el mundo en el que vivo, me he convertido en una mujer “clásica”. Es decir, prefiero lo analógico a las tecnologías punta. 

La tarde que os conocí, supe que íbamos a conectar. No me preguntéis por qué, pero fue así. No es que, por vuestra juventud, prefiera que nadie sepa de nuestro encuentro. Simplemente, prefiero guardarlo celosamente en el fondo de mi alma.

En otro tiempo también cantaba. Lo hacía de oído, y muy bien. Me sabía canciones de todo tipo y condición. Durante el tiempo que pude bailar lo hice, a mi bola; también se me daba bien. Ahora ni canto ni bailo. En fin, nací con un montón de talentos. Quise ponerlos a multiplicar, pero apenas nadie me conoce. 

Mi enfermedad ha sido un lastre. De poco me consuelan las personas extraordinarias que han sufrido este mismo trastorno (pintores, escritores, músicos…I

Bueno, Ignacio… Sé que estaréis muy ocupados con vuestros estudios. A ver si en verano os podéis pasar a verme un par de días por Santander. Saluda a Luis y a Pedro de mi parte. 

Un abrazo muy fuerte, 

Claudia Montes