XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

La celda 

Antonio Miró, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

Hacía dos semanas que el general y sus hombres se encontraban en tierras enemigas. Estaban agotados y se les iban a acabar las provisiones. Una mañana amanecieron envueltos por una densa niebla. Parecía que la noche no se había convertido del todo en día.

–¡En marcha! –les ordenó el general.

Cuando apenas llevaban unos kilómetros, fueron sorprendidos por una escuadra del ejército enemigo que apresó al general y a alguno de sus soldados. Durante el interrogatorio se negó hablar. Entonces decidieron encerrarlo en la torre de una fortaleza. Pronto descubrió que en interior de la celda la vida parecía repetirse en un bucle sin fin. 

Una mañana, apenas los primeros rayos de sol tocaron sus párpados, el general se levantó del camastro y caminó directo al ventanuco para contemplar, a través de los barrotes, un paisaje que conocía de memoria. Había olvidado cuánto tiempo llevaba encerrado en aquel calabozo, aunque la larga barba blanca que le cubría el pecho le hacía suponer que muchos años.

A lo lejos se alzaba el campanario de una iglesia, y alrededor de este se apretaban casas antiguas y modernas entre estrechas callejuelas. Más allá, los riachuelos llegaban desde las altas montañas que rodeaban el valle. Los bosques de pinos oscurecían las laderas, cuyas cumbres estaban cubiertas de nieve. En todo lo alto el cielo era el maravilloso retrato de la perfección de luces y oscuridades, testigo de vidas y muertes, de las experiencias y penurias que ha sufrido la humanidad, de los vuelos de los pájaros, de los mares, de las nubes caudalosas y del sol ardiente del verano.

<<Si pudiera escapar>>, suspiró ante aquel lienzo que rezumaba vida.

Y de su boca brotó un grito de ahogo antes de caer muerto. Por fin quedó libre.