XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

La chica del bar 

Lucía Sanz Estudillo, 15 años 

            Colegio Pineda (Barcelona)  

Javier, un joven poeta, se sentó en el bar de debajo de su casa, convencido de que iba a lograr terminar sus últimos versos. Tomó una banqueta en la barra y le pidió al barman que le pusiera una cerveza sin alcohol. Entonces abrió la libreta donde tenía sus borradores y empezó a trabajar.

Unos minutos después abrió la puerta del establecimiento una mujer despampanante, que tomó asiento en un taburete junto al del poeta. Javier empezó a estar incómodo, ya que era un hombre tímido y sentía que aquella chica le estaba mirando fijamente mientras se bebía una copa. Lo que no sabía era que no le estaba mirando a él, sino a su poema.

—Es precioso. Espero poder leer pronto los versos definitivos en un libro.

El poeta se sintió confuso. Se preguntaba cómo podría saber ella si iba a publicarlo o no. Entonces alzó los ojos y la miró. Para su sorpresa, sus facciones encajaban con las de Julia, la chica a la que dedicaba el poema. Pensó que aquella coincidencia podría ser una señal del universo de la inspiración, que le quería decirle alguna cosa que él no era capaz de entender.

—Perdone… ¿Nos conocemos?

—Claro que sí. Fue en este mismo bar, hace cuatro años. Tú estabas escribiendo unos versos, igual que ahora, y yo me acerqué y te dije que querría leer la versión definitiva. Me preguntaste cómo sabía que lo ibas a publicar y te respondí que no lo sabía —. Javier la miraba atónito. No entendía nada de lo que estaba pasando —. Enseguida nos hicimos amigos y, unos meses después, empezamos a salir.

—Disculpe que la interrumpa, pero creo que pretende tomarme el pelo.

—Por favor, Javier, deja que termine.

El poeta bajó rápidamente los ojos a la libreta, para buscar su nombre escrito en alguna parte. También se miró la camiseta, por si le hubieran colocado un cartel con su nombre sin haberse dado cuenta.

—¿Te acuerdas de aquella noche por las calles de París? ¿Y de la playa en Río de Janeiro? ¿Y de un largo paseo por el Barrio Gótico de Barcelona? ¿Y de nuestra visita a Roma?

—Pero… Yo jamás he estado en esos sitios. Vivo desde siempre en Madrid, y no he viajado demasiado… Y menos con usted.

—Juntos hicimos todos esos viajes, Javier. Lo que te pasa es que no te acuerdas.

—Si hubiese estado en Brasil, lo recordaría.

El poeta empezó a reírse de la situación incómoda que le estaban suponiendo sus palabras a la mujer.

—No lo recuerdas porque llevas dos años estancado en el mismo poema. Dos años bajando a este bar cada noche. Dos años encontrándote conmigo y escuchando esta historia cada día. ¿Acaso te acuerdas de que me llamo Julia?

Javier la miró, espantado.