III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

La decisión

María Jesús Tardío, 17 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

    Juan se despertó con la melodía del teléfono móvil. Envuelto en sábanas y sin abrir los ojos, respondió malhumorado:

    -¿Quién es? –respondió con brusquedad.

     -Soy Ana. Necesito hablar contigo.

     -Muy bien. Háblame –dijo entre bostezos.

     -Verás. Lo que pasa es que... ¿Puedo verte?

     Con los ojos aún cerrados, Juan estiró la mano para atrapar el reloj que la noche anterior colocó en la mesilla al llegar de la fiesta. Hizo un esfuerzo por abrir los ojos. La luz que penetraba por la ventana se lo impedía.

     -Ana, tu estás loca. ¿Sabes qué hora es?

     -Juan, por favor...

     Malhumorado, tiró el teléfono al suelo.

     Ya en la calle, caminó con paso ligero mientras se fumaba un cigarro. Iba tranquilo, convencido de que Ana le hablaría de cualquier bobada.

     La vio de lejos, sentada en un banco. Ana se llevaba las manos en la boca y movía las piernas señal de impaciencia.

     -¡Juan!- gritó jubilosa al verle.

     Le tomó de las manos para que se sentara junto a ella.

     -Bueno, dime. ¿Para qué me has desperado?

     Ana sonrió mientras buscaba los ojos de su novio. Él evitaba a toda costa mirarla.

     -¿Porqué no me miras? -pregunta confusa.

     -¿Vas a responder a mi pregunta?

     -Ya me hice la prueba –soltó a bocajarro.

     Juan se volvió rápido hacía Ana.

     -Bueno, ¿y qué dio?

    - Positivo, Juan. ¡Vas a ser padre!

    Juan se rió con ironía.

     -No hablarás en serio.

     -Claro que si.

     Tras un instante de reflexión, el joven apagó su cigarro.

     -¿Sabes que significa eso?

     -Claro. Vamos a ser padres.

     -¿Y estás contenta?-preguntó elevando el tono de voz.

     La cara de Ana se apagó de repente.

     -¿No te alegras?

     Juan se levantó del banco y permaneció en silencio, pensativo, durante unos instantes. Luego volvió a sentarse.

     -Lo que quiero decir es que un niño implica demasiadas cosas. No tengo trabajo y tú tendrías que dejar los estudios. Imagínate la bronca con tus viejos. Paso de esa movida.

     -Pero habrá una solución a todo eso.

     -Claro que la hay.

     El rostro de Ana volvió a iluminarse.

     -¿Entonces...?

     -Hay una solución muy rápida: yo pagaría todo, no te dolerá y haremos como si nada hubiera ocurrido.

     -¿Qué quieres decir?

     - Aborta, Ana.

     -¡No pienso hacer eso!

     -Tienes diecisiete años... Ya tendremos tiempo para niños. ¿Sabes en el lío en el que me puedo meter? Además, un niño sería una carga para los dos. Mucha responsabilidad.

     -No voy a matar a nuestro hijo.

     -No vas a matarlo, puesto que aún no ha nacido. No está vivo.

     -Mira, sé que hicimos mal muchas cosas, y lo acepto. Asumo las consecuencias de nuestros errores. Va a ser difícil, lo sé. También que a mis padres les va a costar aceptarlo. Pero yo quiero a mi hijo. Por nada del mundo voy a matarlo.

     -Me vas a meter en un lío.

     - Nadie sabrá que es tuyo.

     -Hazme caso. El aborto es la mejor solución.

Ana comprendió que su noviazgo no tenía futuro si Juan no asumía que estaba embarazada. Se dio cuenta de que era un egoísta: sólo pensaba en él.

     - Lo siento Juan, pero me quedo con mi hijo.

Ana se alejó del parque haciendo oídos sordos a las palabras que, ya desde lejos, Juan le gritaba. Una lágrima corría por su rostro, por el dolor y la impotencia de no poder hacerle ver lo bonito de ser padre. Por otro lado, sonreía: sabía que había actuado conforme a sus principios. Su corazón estaba tranquilo. No le importaba cuán grande fuera la disputa con sus padres, pues entre tantos errores, esta vez sabía que actuaba correctamente.