VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

La decisión

Rosana Molero, 17 años

                 Sierra Blanca (Málaga)  

Silvia se llevó las manos al vientre en un ademán protector.

-Sé que no es verdad –lloraba.

-Cariño, el médico nos lo ha confirmado: el pequeño no podrá soportar el parto –le dijo su marido, a quien por sus ojos corría también un manto de lágrimas.

-Sé que lo aguantará –insistió ella, segura de lo que decía.

-Entregado tu vida a cambio de la de él –Enrique no quería ni pensar en eso.

La mujer se quedó un momento en silencio, pensativa, sintiendo como aquellas palabras se clavaban en su mente como alfileres.

-No me importa: es nuestro hijo. No voy a permitir que le ocurra nada.

Su marido sopesó el significado de aquellas palabras, dándose cuenta de la decisión tan dura que estaban destinados a elegir. Claramente, él no podía escoger. Los quería a los dos consigo, pero eso no era posible.

-Solamente te pido que lo pienses detenidamente –se entristeció, pero intentó que su voz sonara firme-. Cualquiera que sea tu elección, por muy dura que fuera, nunca te abandonaré. Ni a ti ni al niño.

Silvia desvió la mirada hacia donde se encontraba la cuna vacía, con un brillo de dolor tiñendo sus ojos y se limitó a dejarse envolver por los brazos de él. Una vez así, lloró desconsoladamente durante un largo rato.

* * *

La mujer abrió los ojos de golpe, incorporándose. Estaba sudorosa y el corazón le latía con fuerza. Silenciosamente, comenzó a gimotear mientras se despojaba de las sábanas y se encaminaba hacia la habitación contigua.

Abrió la puerta con sigilo y se adentró en ella. Se detuvo ante la cuna y continuó llorando.

Un poco después, Enrique llegó por detrás, sobresaltándola. Le dedicó una triste sonrisa.

-¿Otra pesadilla? -preguntó él, y continuó-. Todo terminó ya.

Silvia asintió con los ojos anegados en lágrimas.

Después de un silencio, su marido comenzó a hablar de nuevo en un susurro:

-Es preciosa, ¿verdad?

-Muchísimo –contestó la mujer.

Se acercó un poco más a la cuna y paseó las yemas de los dedos con sutileza por la mejilla del bebé.

-Mi pequeña… Siempre supe que todo saldría bien -afirmó Silvia con rotundidad.

Enrique le dio un beso en la mejilla mientras se limitaban a admirar al bebé y a escuchar su suave respiración, que se vio interrumpida por un profundo suspiro.