XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

La duda

Jesús Montalbán, 16 años

Colegio Mulhacén (Granada) 

No se había visto el sol desde hacía tres días y las porciones de comida se acababan. El frío congelaba los cristales de la casa y le helaba los huesos. La razón por la que seguía vivo había sido un pequeño fuego en la chimenea de piedra, pero al igual que todo en aquella estancia, se acabaron los troncos que mantenían la lumbre. A estos les siguieron los muebles de madera y, tras estos, un trineo inservible.

En aquel cuarto terminaron por quedar él, su manuscrito y el invierno. Solo le había acompañado a la montaña uno de sus criados, pero le abandonó el primer día de tormenta, después de avisarle de la fuerza de las nevadas que se acercaban. Sin embargo, él insistió en quedarse para terminar su escrito en aquella casa rústica. La habían habitado sus antepasados y contaba con una pequeña biblioteca que él precisaba consultar constantemente, puesto que contenía la historia de su familia y de aquellos riscos. La casa quedó sepultada bajo la nieve el quinto día de tormenta.

Su mirada inexpresiva a causa del frío iba del fuego a su manuscrito. Su vida, su pensamiento, su legado estaba cristalizado en la tinta de aquellas páginas, que había terminado el día anterior tras semanas inmerso en los antiguos libros, escribiendo día y noche. Una vez colocado el punto final, lo único que acaparaba su mente era el invierno, que parecía congelarle los pensamientos.

Los últimos rescoldos expirarían en unas horas. Necesitaba combustible. Apartó la mirada de la chimenea para buscar algo entre aquellas cuatro paredes que pudiera alimentar el fuego. Lo único que se podía quemar era su escrito. Se le paró el corazón al pensarlo, pero si no lo hacía, moriría congelado. Sin embargo, en el caso de que lo fuera quemando poco a poco, quizá aguantaría hasta que la tormenta amainase y pudiera salir. Por otro lado, si se dejaba morir le quedaba la esperanza de que, cuando volviesen sus criados, encontraran su obra.

El tiempo pasaba a medida que la lumbre moría como una estrella fugaz. Un hombre había confiado su vida a un libro.

Afuera la nieve caía furiosa contra las ventanas.