I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

La familia Atigárraga

Mariana Buesa, 15 años

                 Colegio Ayalde, Lejona (Vizcaya)  

     La tarde más calurosa y bochornosa del verano llegaba a su fin mientras Elvira regresaba a su casa con las manos vacías. No había encontrado nada por el pueblo para llevar a su casa, ni el más mísero trozo de pan; pero aun así se sentía feliz. Había aprendido a vivir de esa forma y sabía que nunca llegaría a morirse de hambre.

     Regina pertenecía a la familia Astigarraga. Esta familia y la pobreza estaban relacionados desde hacía más de quince años. Miguel un conocido empresario en su provincia, invirtió toda su fortuna en un negocio que con el tiempo no pudo llevar a cabo. Todos aquellos que una vez le habían apoyado, le abandonaron, dejándole solo con sus tres hijos y su mujer Isabel. Juan, Regina y Elvira, acostumbrados a la vida lujosa no supieron adaptarse bien a las circunstancias y no fueron capaces de asumir la situación hasta que toda su ropa y sus juguetes desaparecieron. Pasaron de ir al colegio y jugar con sus amigos a tener que trabajar en algún sucio taller y, aún peor, a pedir limosna y buscar comida.

     Al entrar por la puerta de la humilde chabola en la que vivía, Elvira se dio cuenta de que su padre no estaba. No le parecía raro, ya que sabía que llegaba a altas horas de la mañana completamente borracho si es que conseguía un pequeño trabajo, y esa misma mañana le comentó que el señor cura le había contratado para hacer un pequeño arreglo en la cúpula de la Iglesia. Elvira era la única que estaba enterada de todas las fechorías de su padre, pero nunca se lo echaba en cara porque sabía que nunca hubiera sido así de no ser por la mala suerte que le había acompañado en los últimos veinte años.

     Juan y Regina no vivían con ellos, ya que juntos abandonaron el pueblo para intentar buscarse la vida por otros lugares cuando las cosas se pusieron feas. Pero su madre desaparecía todas las tardes por las calles del pueblo vecino. Sus hijos nunca llegaron a saber muy bien a que se dedicaba, aunque llegaron a sacar conclusiones que no les gustaron. Como bien estaréis imaginando, Isabel, una mujer atractiva, recorría las calles del pueblo vendiendo su cuerpo.

     Elvira estaba agotada, llevaba todo el día en busca de personas amables que le dieran algo de comer o de dinero, pero ya no valía la pena, todos los vecinos les habían ayudado mas de una vez y no podían permitirse el lujo de ofrecerles de nuevo su caridad, incluso había alguno que llegaba a recomendarle que se marchara de este pueblo porque ya no les iban a ayudar. Al recordar estas palabras, Elvira pensó que tenían razón y dándole vueltas a qué podría hacer se quedó dormida.

     A las cuatro de la mañana se levantó de un salto. Había escuchado el ruido de un vaso que se rompía. Era su padre, que llegaba completamente fuera de sí. Encendió una vela y fue a ayudarle, pero no podía con él. Logró llevarle hasta su cama. La situación no podía seguir de esta forma; tenía que hacer algo.

     Nada mas levantarse, Elvira cogió todas las cosas de su casa que en un futuro le podrían servir para venderlas y, agarrando a sus padres, salió de casa. Tras una larga discusión, les convenció de que la mejor manera de mejorar su situación era cambiar de ambiente y pueblo.

     Anduvieron durante cuatro días sin casi comer ni beber. Elvira seguía muy segura en su decisión, pero sus padres dudaban de ella y estuvieron a punto de abandonarla más de una vez. Pero cuando ya habían tomado esa decisión y se despedían de ella, les recordaba que no podían seguir dedicándose a lo que se dedicaban y que lo único que les esperaba en su antigua casa era su pasado.

     Uno de esos días en los que parecía que los Astigarraga se iban a separar del todo, apareció un campesino que venía de labrar sus campos de las afueras del pueblo. Su acento era mas cerrado que el de ellos y, al principio, no lograron entenderse muy bien. Elvira supo al instante como tendría que ser el amor de su vida pero no era el momento adecuado. De tal forma que después de haber conseguido comida y unas pocas monedas, los Astigarraga se despidieron del campesino. Estuvieron un mes así, viviendo de las personas que se encontraban por los caminos y durmiendo en cualquier lugar donde estuvieran escondidos de los malhechores. Pero una noche, su padre comenzó a sentirse mal. Lo poco que comía lo devolvía y su cuerpo ardía en fiebre. Estaba claro que no le había sentido nada bien vivir como un vagabundo. Rápidamente Isabel y Elvira le llevaron hasta el pueblo más cercano. Nada mas llegar, murió.

     Al día siguiente, Isabel llegó a la conclusión de que no podían viajar sin rumbo alguno, que tenían que fijar un lugar o volver a su antigua casa. Elvira no supo que decir; la muerte de su padre le había traumatizado. Pero regresar a su viejo pueblo seria volver a la prostitución y a la limosna, mientras que viajar sin rumbo les daba la oportunidad de encontrar otra forma de vida mejor, aunque por el momento no habían tenido suerte. Pensó que lo mejor que podía hacer era preguntar si sabían donde podría encontrar un trabajo para poder darle, de tal forma, un rumbo fijo a su madre y no tener que volver al pasado del que intentaba huir. Comenzó a preguntar por todas las casas del barrio, pero ninguna necesitaba ninguna sirvienta; también pidió trabajo en las pequeñas fábricas. Un director de un taller de arados le comentó que tenía un primo en el norte que necesitaba alguien que le ayudara con sus tierras más lejanas. Su primo vivía en Lerma. A Elvira le resultaba vagamente familiar ese nombre, debían de haber pasado por ese lugar.

     Los caminos les resultaban conocidos, aunque echaban en falta la compañía de su padre y marido. Un mes más tarde entraban por las puertas de Lerma acompañadas de una pobre muchacha que se había unido a ellas. La chica estaba asustada porque la noche anterior le habían estado persiguiendo unos molineros con intenciones deshonestas. La muchacha había tenido que correr y esconderse detrás de un árbol para despistarles, pero seguía teniendo miedo. Elvira buscó la zona de los campesinos en el mercado y les preguntó por Francisco Ruiz. Le dijeron que se hallaba en el norte, vendiendo su nueva cosecha y que no volvería hasta pasadas tres semanas.

     Tres semanas más tarde volvieron al mercado. Esta vez fue Isabel la que preguntó por él en la zona de los campesinos mientras Elvira preparaba la comida. Su madre logró contactar con él y le explicó la situación en la que se encontraban. El campesino las contrato como sus ayudantas. La oferta del Señor Ruiz les daba un sitio donde podrían vivir las dos solas además de un salario con el que poder comprar todo lo que necesitaban, a cambio de que trabajaran de siete de la mañana a cinco de la tarde con un pequeño descanso para comer.

     La oferta era generosa e Isabel, sin pensárselo, la aceptó. Por si fuera poco, el chico le caía bien y además le parecía conocido su rostro. Llegó a pensar que era un antiguo vecino. Era el campesino que en su viaje de ida les había dado de comer y algo de dinero y que le había cautivado a Elvira desde el primer momento. Isabel le contó a su hija Elvira rápidamente la nueva noticia.

     A Elvira le dio un vuelco el corazón en el momento que le vio, pero tenia que disimularlo. No sabía que hacer ni decir, así que puso la excusa de que tenia que comprarse unos zapatos para poder arar bien y se marchó a todo correr. Nada mas llegar a la plaza, creyó ver a sus hermanos Juan y Regina, pero no podría creer que estuvieran en ese mismo pueblo. Les siguió de lejos, pues no quería confundirse, y cuando iban a entrar en su casa, Regina miró para atrás y la vio. Regina y Elvira corrieron a abrazarse mientras Juan miraba para ver a quién saludaba su hermana. Al darse cuenta, él también corrió. Elvira les contó las aventuras por las que habían pasado así como la muerte de su padre y el nuevo trabajo del que ahora disfrutaban. Regina y Juan acompañaron a su hermana hasta la nueva casa de su madre, que al verles, sintió una emoción indescriptible.

     La vida de los Astigarraga había cambiado de forma radical, todos juntos de nuevo. Elvira e Isabel habían rechazado la casa que le ofrecía Francisco y por tanto tenían un salario mayor, pero tras una decisión tomada por los tres hijos prohibieron a su madre trabajar en el campo, así que solo trabaja Elvira bajo los mandatos de ese joven. Ella estaba feliz y poco a poco se fue enamorando de su jefe. Un día tras ir a cobrar su jornal, Francisco besó a Elvira.

     La ceremonia de su boda se celebró en la iglesia del pueblo y se convirtió en una de las familias mas alegres y ricas, ya que los negocios de Francisco en el norte habían sido muy provechosos. Los hermanos Juan y Regina también habían tenido suerte en sus respectivos trabajos y la familia Astigarraga volvió a recuperar poco a poco todo aquello que en un pasado había tenido.