XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

La ficha rebelde

Yago Campuzano, 14 años

Colegio El Prado (Madrid) 

Todo niño ha tenido su caja llena de fichitas de colores, que se podían unir unas con otras mediante un sistema muy ingenioso de puntos redondos en tres dimensiones, sobre los que se lee la marca del juguete: LEGO. Todo niño ha comenzado a construir una nave o una casa con toda la ilusión del mundo, sin importarle que su construcción, después de un rato, fuera a acabar en un rincón del cuarto de juegos. Todo niño se las ha visto con una ficha rebelde colocada en un sitio equivocado. ¡No había forma de sacarla! Parecía a prueba de toda clase de habilidad: presión con los dedos, con las uñas y hasta con los dientes. Y no, no había manera.

Entonces el niño rompía a llorar al grito de «¡Papá…!». Y el padre acudía en su ayuda, para coger la ficha haciendo pinza con los dedos y sacarla apenas sin esfuerzo. Es en ese tipo de momentos cuando el niño sitúa a su padre como el mejor padre del mundo. Y enseguida sigue, tan contento, con la construcción de su casita.

Pero esta ayuda no se circunscribe tan solo a la infancia. En el instituto, cuando llegan las ecuaciones de segundo grado, con sus raíces y sus correspondientes signos negativos, en vez de darle al alumno un resultado correcto le producen un dolor tremendo de cabeza. Así que no tiene otro remedio que acudir a su hermano mayor, que es quien encuentra dónde está el error. El alumno vuelve a su cuarto sintiéndose un inútil, pero convencido de que en el siguiente ejercicio lo va a conseguir. Pero no. A los cinco minutos vuelve a buscar a su hermano para que le resuelva el mismo fallo tonto, y así una y otra vez, hasta que el hermano le manda al carajo.

Llegará el tiempo en que al niño y al alumno le corresponda ser ese padre con superpoderes para sacar las piezas de LEGO o ese hermano superdotado para las ecuaciones.