XXI Edición
Curso 2024 - 2025
La fortaleza
de Mateo
Juan Pedro Amaral, 15 años
Liceo del Valle (Guadalajara, México)
Mateo caminaba por los pasillos de la escuela con la cabeza alta, aunque por dentro llevaba un peso insoportable. Desde hacía meses, un grupo de niños se burlaba de él. Se reían de su ropa sencilla, de sus libros gastados, de su afición por escribir y de su forma pausada de hablar. Cada día, el colegio era una prueba de resistencia para él, aunque no dejó de ser consciente de que tenía algo que sus agresores no podían entender: una fortaleza inquebrantable por seguir el camino que se había trazado.
Una tarde, mientras caminaba de regreso a casa, aquella pandilla lo interceptó en una esquina.
–¿Adónde vas tan rápido, Mateo? –le preguntó uno de ellos con tono burlón.
–Seguro que hoy escribirás en tu diario sobre lo triste que te sientes –agregó otro entre risas.
Mateo respiró hondo. No quería problemas, pero tampoco iba a dejarse avasallar. Miró a sus agresores a los ojos y, con voz firme, les respondió:
–No necesito un diario para recordar lo que me ocurre. Además, cada uno de sus desprecios, me hace más fuerte. Cuando ya no estén aquí, yo seguiré adelante. Seré una persona feliz, sin problemas de conciencia, pero ustedes…
Los maltratadores se quedaron en silencio, sorprendidos por la confianza de aquel chico en sus principios. Aunque entre ellos no estaban dispuestos a admitirlo, cada cual sintió que algo se removía en su interior. Mateo aprovechó aquel momento para seguir caminando sin mirar atrás.
Una vez en casa, se refugió en su habitación, en donde tenía su pequeño mundo: rodeado de libros y cuadernos, escribía sus sueños y pensaba en sus metas. Sabía que la vida era más grande que lo que encerraban los muros de su escuela, y mucho más amplia que las palabras hirientes con las que le acosaban. Estaba seguro de que llegaría el día en el que su valor no dependería de la opinión de los demás.
Semanas después, se inscribió en un taller escolar de escritura, donde descubrió su amor por contar historias. Cada narración le brindaba una forma de convertir su dolor en fortaleza. Aquellos relatos empezaron a llamar la atención de su maestra, que lo animó a participar en un concurso.
Mateo leyó su historia en voz alta, frente a un auditorio lleno. Sus agresores estaban entre el público, sorprendidos al descubrir la valentía del muchacho, al que no le temblaba la voz. Todo lo contrario; sus palabras fluían con firmeza. En cuanto terminó, un estruendoso aplauso llenó la sala.
A partir de entonces, creció la seguridad de Mateo, y con ella su deseo de ayudar a los demás. Comenzó a ganarse la amistad de sus compañeros, a los que animaba a no dejarse vencer por la adversidad. Aquel alumno que fue blanco de burlas, se había convertido en una persona inspiradora.
Años después, aquellos que se rieron de él lo recordaban con respeto. Pero Mateo no miraba al pasado con rencor, sino con gratitud: cada palabra cruel, cada obstáculo, le había enseñado que el destino de cada persona está, en buena medida, en su valor para encarar las dificultades.