V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

La fuente de los deseos

Lis Gaibar García, 16 años

                  Colegio Jesús-María CEU (Alicante)  

Me arrojan otra moneda. Esta vez he visto inseguridad en el rostro del lanzador, que ha acertado a tirarla justo en mi centro.

No sé si doy suerte o no, pero me agrada el sonido de las monedas cuando caen en el agua. Yo las recibo con los brazos abiertos. Me gusta que me crean capaz de cumplirles un deseo. Me gusta observar las reacciones de las personas antes y después de lanzarlas. Algunos muestran seguridad, incluso se dan la vuelta, cierran los ojos y la lanzan por encima del hombro con tal ímpetu que me duele. Generalmente, se marchan de la plaza más o menos seguros, convencidos de que la suerte existe. Otros las tiran por probar suerte, pero no suelen estar muy seguros e incluso se ríen cuando el metal se adentra en mi interior. Comentan a la persona que hay a su lado: “He malgastado una moneda”, y se marchan repletos de dudas. Pero una parte de sí mismos confía en que sea verdad la tradición.

Los hay que se acercan a mí y susurran para sí mismos o para los de su alrededor (que generalmente o no escuchan, o hacen un gesto con la cabeza, o dan la razón o se encogen de hombros como si tuvieran mejores cosas en qué pensar) que estas cosas no existen, que la suerte se encuentra si se busca.

Los más realistas se meten en el agua, dentro de mí, y recogen las monedas. Incluso, más de una vez, en verano ha venido gente en traje de baño que, sin vergüenza alguna, se da un chapuzón urbano. Recuerdo con especial cariño a un hombre al que ya le asomaban las canas… Le sobraban unos cuántos kilos, era de aspecto bonachón y campechano, y se acompañó el baño con unas gafas de bucear. Llevaba un traje de baño de colores demasiado alegres, de estos que si te pierdes en un bosque puedes improvisar con ellos una bandera y agitarla. Sentí la carga de su peso y el movimiento de las pequeñas olas que produjo al bracear.

-No me preguntéis por qué cojo las monedas, preguntar a los ilusos que las tiran la razón de su superstición -respondía a quienes le miraban con asombro-. Yo no tengo nada que perder al adentrarme en el agua y sí mucho que ganar. No creo molestar a nadie cuando ellos se han desecho de este dinero. El deseo, si de verdad tienen fuerza de voluntad, se les cumplirá igualmente.