XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

La fuerza de una hermana 

Paula Dufermont, 16 años 

Colegio IALE (Valencia)

La historia de Julia es la de cientos de chicas de su edad: al acostarse sentía una intensa presión en el pecho que le impedía respirar con facilidad, y terminaba por empapar la almohada en lágrimas al saberse incapaz de calmar su dolor físico y emocional. Aquel era su momento de desahogo; con la luz apagada, sin que nadie pudiera verla. Se preguntaba por qué no era como las demás chicas de su colegio. Es decir, por qué no tenía un cuerpo bonito.

Cuando le sonaba el despertador se sentía hundida: no encontraba fuerzas para ir al colegio. Le obsesionaba tanto su aspecto que sufría al ver a sus compañeras, que reían alegres de camino al aula. Hacía semanas que a la hora del recreo se escondía en el cuarto de baño para no tener que hablar con nadie. Además, había descubierto que era un buen lugar para deshacerse del almuerzo de media mañana que su madre le preparaba en casa, a donde acudía para comer. Sin embargo, allí se negaba a probar una sola cucharada. Su madre, acostumbrada a la falta de apetito de su hija, no mostraba una especial preocupación, pues confiaba en que se habría tomado la merienda en el patio de las doce.

Cada vez que Julia entraba en su habitación, contemplaba con miedo el espejo de la pared, pues su imagen reflejada parecía reprocharle: <<¡Mira cómo estás! Cada vez más fea y más gorda>>. Hubo una tarde que fue tan grande su tristeza que Julia la transformó en rabia. El peso de la culpabilidad hizo que tomara una raqueta de tenis para romperlo en mil pedazos. Aquel estado de ira le impidió darse cuenta de que se había cortado en los nudillos y tenía las manos repletas de sangre, con minúsculos cristales incrustados en la piel.

Unas semanas después, cuando ya se le habían sanado las heridas, Julia se despertó nerviosa ante el regreso de su hermana. Laura estudiaba la carrera universitaria en Londres, e iba a pasar en familia las vacaciones de Navidad. Julia anhelaba aquel reencuentro desde el día que su hermana se marchó.

Uno de aquellos días Julia decidió contarle aquello que le estaba sucediendo. Temió que la tomara por una loca. En cambio, Laura la abrazó hasta conseguir que se sintiera mejor. Después la animó a ir al psicólogo, para explicarle aquellas dificultades que le provocaban tan baja estima.

Después de varios meses de terapia con un especialista, Julia recuperó su estabilidad para volver a ser la chica de siempre, sin miedos ni complejos.

Han pasado los años. Julia es psicóloga y tiene una consulta especializada, en la que ayuda a jóvenes que sufren esta clase de trastornos. En la primera de las sesiones con cada paciente les cuenta su experiencia, para demostrarles que es posible curarse gracias a la fuerza del amor.