XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

La gaviota 

Yilin Chi, 16 años 

Colegio Iale (Valencia) 

Adrián paseaba por la playa, que se encontraba vacía aquella mañana de invierno. De pronto escuchó un graznido por encima de su cabeza. Alzó los ojos y descubrió que se trataba de una gaviota que parecía seguir sus pasos mientras realizaba círculos en un cielo tímidamente tostado. El muchacho, que siempre llevaba un lápiz y un pequeño cuaderno de esbozos en uno de los bolsillos de su abrigo, se sentó en la arena, contempló al ave y la dibujó. 

–¡La gaviota! ¡Eso es lo que buscaba durante todo este tiempo! –exclamó.

Aquel ave pareció ser la clave de algo que andaba buscando desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, esa sensación no perduró. Adrián sentía que su cuerpo estaba empezando a paralizarse: no podía mover sus dedos ni decir ninguna palabra. No solo era eso; las olas del mar dejaron de moverse y la gaviota permaneció congelada en el aire. Cuando todavía estaba intentando asimilar lo que le estaba pasando, oyó la voz desconocida de un hombre: 

–Despierta Adri, despierta. 

Empezó a dudar dónde estaba, cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, aquel escenario se derrumbó en mil pedazos. Se encontró en una oficina que no podía serle más familiar. Eso era la vida real. La playa, la gaviota y él mismo dibujando era un sueño del que se había despertado.

–Por fin abres los ojos. Venga, que ya nos podemos ir a casa –le dijo el hombre en un tono indiferente. 

Ordenó su mesa y se fue a casa, consciente de que volvería a la misma oficina después de unas pocas horas. Se fijó en que su reloj marcaba la una menos cuarto de la mañana. Se quedó un buen rato mirando a la nada intentando descifrar lo que significaba aquel sueño. <<¿Por qué me quedé impresionado por una gaviota? ¿Por qué estuve tan contento después de dibujarla? ¿Qué significa ese ave?...>>. Molesto por las dudas que le ocupaban la cabeza, decidió olvidarlo y empezar a recoger sus cosas para poder irse cuanto antes de la oficina. 

De camino a casa Adrián tenía la costumbre de contar los días que faltaban para cobrar el salario del mes. No le gustaba su trabajo, pero tenía que aguantarse. Su sueño de ser dibujante se desvanecía ante la cruel realidad. La sombra de Adrián se iba agrandando cada vez más por el efecto de las farolas de la calle.

Al domingo siguiente Adrián tomó una decisión. No se quedó durmiendo hasta la hora de comer, que era lo típico en él, sino que fue a la playa con un bloc de dibujo y algunos lápices. Se pasó todo el día buscando aquella gaviota que se le apareció en el sueño, con la esperanza de que pudiese revivir lo ocurrido y solventar el misterio. Desafortunadamente, tras una intensa búsqueda no consiguió encontrar la misteriosa ave, por lo que decidió sentarse en la arena, aislado de los paseantes. 

–Soy un iluso. ¿Cómo pude pensar que aquí encontraría la respuesta? Fue un sueño. Era un sueño, Adrián. Un sueño, simplemente un sueño –suspiró. 

Arrancó las hojas del bloc y lo tiró bruscamente a la arena, dejando a la vista los bocetos que dibujó cuando todavía era un joven soñador. Una brisa hizo que volasen todas aquellas hojas por el aire como si de confeti se tratara. Uno de los dibujos cayó justamente en las manos de una niña, que impresionada por aquel boceto no dudó en ir a conocerle. Se encontró a Adrián sentado con los pies cruzados, rodeado de más hojas.   

–¿Eres el autor de todo eso? –le preguntó sorprendida, señalando a los papeles. 

Adrián se quedó sorprendido. Le contestó con un débil <<Sí>>.

–¡Son preciosos! –le sonrió–. Oye, ¿podrías dibujar algo para mi hermano? Es que va a ser su cumpleaños y creo que uno de tus dibujos sería un buen regalo. Si quieres,  te puedo pagar; llevo unos euros encima. 

Adrián se quedó perplejo. Recogió el bloc y sacó un lápiz para cumplir el deseo de la niña. 

–Claro. Dime qué quieres que dibuje. Lo haré gratis –sonrió.

–Mmm… –pensó–. ¿Sabes dibujar gaviotas? A mi hermano le encantan. Dice que de mayor quiere ser como una gaviota, para volar hasta el horizonte sin temor a nada. 

Adrián entendió, a través de aquella pequeña, lo que estaba buscando: la urgencia de olvidarse de sus miedos y de enfrentarse a todo aquello para lo que había nacido. Abrió el cuaderno, tomó el lápiz y trazó el perfil del ave, a la que fue dando volumen con un juego de luces y sombras. Cuando se lo entregó, la niña le regaló una sonrisa. 

La pequeña se alejaba por la playa cuando Adrián se dio cuenta de que un ave blanca y de pico naranja sobrevolaba por encima de ambos.