XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

La generación de hierro 

Claudia Asencio, 16 años

Colegio Altozano (Alicante)

Los días que siguieron al 29 de octubre de 2024, fecha fatídica en que la DANA arrasó decenas de pueblos de Valencia, Albacete y Cuenca, han quedado grabados en la memoria de todo el país. ¿Quién puede olvidar las imágenes con las que comenzaron las noticias de la televisión de aquella noche? La crecida del río, que derribó el puente de la localidad de Picaña con la misma facilidad con la que el mar destrozaba mis castillos de arena, pueblos arrasados, casas demolidas, coches navegando por los distintos municipios, empujados por la ruta de destrucción del agua… Una espiral de lodo y un caudal sin control y embravecido, acabó con la estabilidad y los sueños de miles de personas. Niño, jóvenes y ancianos se unieron en la desesperación y el desconsuelo. Era terrible presenciar aquellos pueblos invadidos por el lodo, las montañas de automóviles que bloqueaban las avenidas y las arcadas de los puentes. Horrible la desesperación de los vecinos, que sufrían una sensación devastadora de abandono e impotencia.

En los días posteriores, conmocionada por las noticias, me acordé de la filósofa Montserrat Nebreda, que acuñó el término de “Generación de Cristal” para describir a los jóvenes de mi generación, también conocida como “Generación Z”, que abarca a quienes nacimos entre finales de los años noventa y 2012. Me asaltaron algunas de las impresiones con las que nos califican los adultos: que si somos acomodados, que si estamos sobreprotegidos, que si nos resistimos a asumir responsabilidades, que si somos inseguros y nos aterroriza el fracaso, etc. Pero si pudiéramos sacar alguna conclusión positiva de esta tragedia, es que mi generación ha demostrado estar hecha de otro material más resistente. No niego que tengamos muchos defectos, pero también nos adornan muchas virtudes. 

Ante el panorama desolador, apocalíptico, que nos dejaba sin respiración, cortaba la voz e impedía secar las lágrimas, emergió un ejército de jóvenes armados con cubos, palas y escobas para luchar en ese escenario de guerra: calles devastadas, pueblos sin luz ni agua, basura acumulada por todos los rincones, limo que se convertía en foco de enfermedades… No nos amedrentamos, aunque muchos voluntarios no pudieran regresar para seguir con su ayuda, debido a sus obligaciones académicas después de que terminara la suspensión de las clases en universidades e institutos, que había permitido a esa “milicia de cristal” seguir en el frente junto a policías, bomberos y militares, dispuesta a arrimar el hombro en todo aquello que se necesitase: retirar enseres, limpiar viviendas, repartir agua y alimentos, dar abrazos… 

Hoy podemos afirmar con orgullo que muchos jóvenes han roto en mil pedazos ese vidrio que nos limitaba. Habrá que pensar en otro calificativo para describir a nuestra generación y, probablemente, a nuestro país, que ha demostrado una gran empatía y ha generado un aluvión de solidaridad hacia los afectados.