XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

La habitación 109 

Jorge Úbeda, 17 años

             Colegio El Vedat (Valencia)  

Isaac se despertó sobresaltado. Revolvió con nerviosismo su mesita de noche en busca de su móvil. Eran las 04:27.

El joven apartó las sábanas y se incorporó. Cruzó la habitación de una zancada, agarró su abrigo verde y abrió la puerta del dormitorio contiguo. Unos ligeros ronquidos le confirmaron que su padre seguía durmiendo. Cerró con la misma suavidad con la que había abierto. Nadie debía enterarse. Hacía ya mucho tiempo que había planificado cada detalle y no iba a fallar.

Volvió a su cuarto y abrió la ventana. Si quería acceder directamente a la calle Arroyo, debía hacerlo por la parte trasera. Sin pensárselo dos veces, colocó las piernas en el alféizar de la ventana y saltó al jardín. Por fin estaba en el exterior, al alcance de todo aquel que deseara lo mismo que él.

Se puso la capucha y comenzó a correr en dirección al hotel Imperial. En apenas unos minutos cruzó los callejones que le separaban de la puerta principal del lujoso hospedaje y se escondió en la esquina de una calle adyacente, desde podía controlar todo lo que ocurría en el vestíbulo.

Sacó el móvil. Las 04:43. Sabía, por lo que había podido observar en otras ocasiones, que el recepcionista cambiaba el turno a las cinco en punto. Disponía de tres minutos para entrar en el hotel sin ser visto. En la calle no se escuchaba más que el goteo de las tuberías, que acompañaba el rápido batir del corazón de Isaac.

En cuando la recepción quedó vacía, el muchacho se precipitó hacia el interior. Atravesó la puerta de cristal del Imperial y consiguió esconderse detrás de la mesa del empleado. Suponía que el recepcionista saliente se estaría cambiando y que no tardaría mucho en aparecer el siguiente. Se irguió y se dirigió al ordenador. Comenzó a buscar un nombre en la lista de huéspedes.

«Enrique Alzaida», se repetía una y otra vez. Se le acababa el tiempo. «¿Sr. Alzaida, dónde estás?», se decía apretando las teclas con frenesí.

Los pasos del recepcionista ya se escuchaban de fondo.

«¡Alzaida!... Habitación 109 ¡109!...».

Ya tenía la información que buscaba. Se agachó y se deslizó a gatas hacia las escaleras del vestíbulo. Antes de subir vio al empleado entrando en la sala de personal.

Isaac no pensaba perder ni un segundo. Aceleró la marcha, dirigiéndose hacia el tercer piso, donde se encontraban las habitaciones desde la 100 a la 160.. A medida que se acercaba, las manos le sudaban con mayor profusión. 103, 104, 105... Isaac avanzaba ahora más despacio. 106, 107,108...

Ya no había vuelta atrás. La 109. Llenándose de coraje, empujó el pomo de la puerta. La habitación estaba abierta y se encontraba vacía. En la pared vio un número de teléfono pintarrajeado. Sacó el móvil y lo marcó.

«Cógelo. Por favor, cógelo…», se decía para sí.

Demasiado tarde. Un golpe en la cabeza lo sorprendió por detrás. Sus rodillas flaquearon. El joven Isaac se desplomó inconsciente sobre la moqueta de la 109. Alguien se le había adelantado.