XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

La historia de un lápiz

    Mateo Maldonado, 14 años

     Colegio El Prado (Madrid) 

Formaba parte de un ejército de lápices, todos iguales, con un patrón bicolor –amarillo y negro– y rematados con una goma rosada, abrazada por una arandela metálica. Vivían confinados en un bote de cristal, situado en un estante de una papelería. Aquel lapicero llevaba en ese envase más que ningún otro, una eternidad, y había asumido que nunca lo abandonaría.

Pero una mañana entró en la tienda un cliente que, con mucha prisa, le pidió un lápiz al dependiente. Era un hombre de negocios y quería tener un pequeño detalle con su hija.

—Sírvase usted mismo —le animó el dependiente.

De manera fortuita tomó de aquel bote al protagonista de este relato y pagó su precio en la caja. Al salir de la tienda, le llamaron al teléfono por asuntos de trabajo y se olvidó por completo del lapicero. Sin darse cuenta, se le cayó del bolsillo y lo perdió.

Un mendigo que paseaba por la calle pidiendo limosna, vislumbró el lápiz por el rabillo del ojo. Tomó el objeto con ansia y se lo llevó a un contenedor de papel. Sobre la tapa de una caja de mudanzas, garabateó algunas palabras, tras lo cual también se olvidó del lápiz, que quedó tendido junto a la basura.

Un suceso extraño ocurrió después: un niño de unos diez años andaba distraído, cavilando acerca de algo interesante sobre lo que escribir. Escribir era su pasión y buscaba ideas por las calles. Halló el lapicero, que había sufrido mucho y estaba golpeado, pero el niño lo cogió, se lo llevó a casa y comenzó a escribir con él la posible historia que había tenido ese lápiz desde que vivía en una papelería. Y se dejó llevar por su imaginación…

Con aquel dueño, que fue el último, el lápiz fue feliz, pues el pequeño escritor lo usó hasta que le sacó todas sus virutas.