VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

La historia se repite

Manuel Seco Ruiz, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

―Es este, el andén 11. Vamos Carmen, no te separes de mí… ¡Ay! ―Carlos se llevó la mano al brazo izquierdo.

―Perdón ―dijo secamente un joven sin mirarlo. Le había dado un golpe con la mochila.

―No pasa nada ―respondió, aún frotándose el brazo.

El joven se escabulló rápidamente entre la multitud.

―¿Qué ha pasado? ―le preguntó Carmen a su hermano mayor.

―Me ha gopeado con la mochila.

―¿Y qué llevará para que te duela tanto?

―Buena pregunta… Da igual, subamos al tren, que se hace tarde.

Una vez sentados, Carlos pudo relajarse. En el exterior, el andén se iba vaciando a medida que los pasajeros subían a los compartimentos, hasta que se quedó casi vacío. Faltaban cinco minutos para que arrancara la locomotora cuando sonó un móvil en el vagón. Su propietario lo descolgó y, a los pocos segundos, se levantó bruscamente y salió a la calle diciendo:

-¡No puede ser!

Carlos lo vio correr por el andén a través de la ventanilla, con el teléfono todavía pegado a la oreja. Lo reconoció: era el joven que le había golpeado con la mochila.

A falta de un minuto para que el tren partiera, aquel hombre no había regresado. Sin embargo, su mochila seguía sobre su asiento.

«Si se ha dejado la mochila, será porque tiene pensado volver», pensó Carlos. «O no...».

Algo empezó a rondarle la mente. Se levantó y se dirigió hacia el asiento donde estaba aquel bulto. Comenzó a sudar, temiéndose lo peor. Decidió abrirla.

El corazón se le subió a la garganta cuando en el interior se encontró un temporizador conectado a un paquete. Carlos miró en todas direcciones sin saber qué hacer. Volvió la vista de nuevo a los números rojos, que incesantemente seguían una cuenta atrás. Marcaban un minuto. Sin dudarlo, se colgó la mochila al hombro y se fue directo a la puerta del tren.

―¿A dónde vas? ―le preguntó su hermana.

―Quédate ahí―le respondió.

Las puertas del tren se cerraron tras él. Echó a correr, alejándose del andén. La locomotora arrancó y pronto cogió velocidad. Carlos volvió a mirar el temporizador: faltaban treinta segundos.

No sabía cómo actuar. Terminó dejando la mochila en el suelo y gritó:

-¡Corred! ¡Corred! ¡Es una bomba!.

Los que quedaban en la plataforma no dudaron en hacerle caso. Muchos gritaron de pánico y se abrieron paso a empellones hasta las escaleras mecánicas.

De repente, una enorme explosión hizo temblar la estación. Todo se llenó de polvo mientras los escombros volaban en todas direcciones. Carlos cayó de bruces empujado por la onda expansiva, y sus oídos dijeron adiós para siempre. Le costaba respirar, estaba inhalando mucho humo y polvo. Hacía calor. Todo se estaba oscureciendo…

Cuando creyó que todo estaba perdido, un bombero lo agarró con fuerza y lo sacó de allí. Antes de que se le nublara la vista, le deslumbró el sol de la calle. Había muchas ambulancias…

Despertó en el hospital. Su familia rodeaba su cama y le sonreía. Habían escrito en una cartulina: «Eres un héroe».