XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

La huida 

Claudia García Plaza, 15 años

Colegio Sierra Blanca (Málaga)

No le detuvieron las ramas que arañaban su piel. Si bien le escocían las heridas, no se dejó amedrentar. Pero poco después Valeria empezó a notar los síntomas del cansancio. La fuerza de sus piernas flaqueaba y le atormentaba un dolor en la zona abdominal. Además, estaba asustada. El miedo le oprimía el pecho, como si se lo hubieran amordazado, y le impedía respirar. Pese a todo, debía seguir corriendo, pues los gritos de sus enemigos se oían cada vez más cerca. 

Se detuvo un instante a pensar. Ante sí se abría una bifurcación. Uno de los caminos era luminoso y el sendero estaba bien marcado. El otro era ligeramente oscuro, pues había mucha vegetación a los lados y por encima de la senda. Decidió tomar el segundo camino. 

Continuó su carrera sin detenerse a descansar. Sabía que si lo hacía, la alcanzarían.

La mochila que cargaba a la espalda le pesaba cada vez más, pero no debía soltarla; mucho menos vaciar su contenido, pues lo que había dentro de ella era la razón por la que estaba arriesgando su vida.  

Valeria pensó que la única forma de salir indemne era esconderse en un lugar que no resultara evidente. Prestó atención a su entorno mientras seguía corriendo. La noche se cernía sobre ella y la luna apenas iluminaba el sendero. Así que decidió ocultarse entre la maleza y rezar para que no la encontrasen. 

Sabía cuál era el destino de una ladrona. Si hubiera sido un hurto sin importancia, le hubieran cortado la mano, pero ella había osado a robar el dinero del arca del señor del condado donde servía. Estaba destinada a la horca, pero siempre que la encontraran. 

Valeria que manchó su piel con fango y se quedó petrificada al escuchar las voces de quienes la perseguían. No se atrevió siquiera a respirar, por miedo a que la oyesen. Pero cuando sus pasos se fueron alejando, volvió a respirar con tranquilidad; el peligro había pasado, al menos por ese momento. 

Deshizo el camino andado para volver a su casa. No podría quedarse en la aldea, pero debía despedirse de su madre. Después seguiría huyendo y le entregaría el dinero a alguien que lo necesitara. Mas tarde volvería a robar para repartirlo con los necesitados, para que nadie más sufriera de la forma que ella había padecido durante su infancia.

Apretó el paso, segura de que lo que estaba haciendo no era algo malo.