III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

La huída

María García Casas, 17 años

                Colegio Senara (Madrid)  

      La editorial esperaba impaciente una nueva novela que garantizara su éxito comercial y aprovechaban todas las ocasiones para tantear mi producción literaria. Llevo casi cuatro años dedicándome exclusivamente a escribir, pero para mí no es una profesión. No puedo forzar siempre de la misma manera mi capacidad creativa, porque no siempre soy capaz de transmitir con la misma facilidad lo que llevo dentro y que, además, resulte ingenioso y guste al público.

      Cada mañana me levanto, enciendo el ordenador y permanezco inmóvil frente a la pantalla en blanco y al puntero que parpadea. Al ver que mi cerebro no reacciona comienzo a mover los muebles de sitio. ¿Será la distribución de la habitación la culpable de mi aridez interior? Pasadas dos horas me desespero y empiezo a teclear automáticamente: “…ella se encontraba sola en su escritorio y nadie se acordaba de quien era…” Siempre escribo la misma frase. Esta mañana, al leerla una vez más me asusté y salí corriendo a la calle en busca de un entretenimiento.

      No sabía lo que me pasaba. Sólo era capaz de plasmar esas dos frases y sabía que podía llegar a convertirse en una obsesión. Imaginarme que podía estar enferma me agobiaba aún más. Sentía la necesidad de hablarlo con alguien y pensé buscar a un amigo. Pero soy consciente de que no los tengo y esto me asusta todavía más. Así que seguí caminando, cada vez más deprisa.

      Llevo años planificando mi vida al detalle para no encontrar jamás nada que me sorprenda, intentando evitar todo el sufrimiento y, sobretodo, encontrarme sola. Pero también quiero reservarme parte de mi tiempo para dedicarme a mis cosas. Ansío que nadie me diga lo que tengo que hacer, ni un jefe, ni mi familia, ni mis amigos… y nadie que, aunque me quiera, requiera de mi tiempo.

      Mientras andaba me sentía estúpida al observar que no he conseguido nada de lo que pretendía. Multitud de personas a las que apenas conozco exigen mi tiempo y mi esfuerzo. Sé que me necesitan sólo por el dinero que les aporto. Y este convencimiento es peor que cualquier otro sufrimiento.

      Mi cerebro daba vueltas cada vez más deprisa y mis pasos decidieron imitarle. Corría y corría… Un coche dio un frenazo justo delante de mí. El chico que conducía salió y empezó a gritarme: “¿Es que no has visto el semáforo?”. Era Javi, que llegaba como caído del cielo. Me alegré enormemente de encontrarle. Casi sin tiempo para saludarnos le pedí ayuda para terminar con la idea que me consume por dentro. Dimos un paseo en el que no dejé de hablar. Al hacer una pausa, Javi me espetó:

      -Necesitas salir de aquí un tiempo, descansar…, irte lejos. Vayámonos al mar.

      -Tengo que terminar un libro que ni siquiera he empezado y no puedo retrasarme más.

      -Da igual. Vete a casa y prepara las cosas. Yo me encargo de todos tus asuntos. Hazme caso, es tu última oportunidad de rectificar. A las siete paso a recogerte.

Me pareció una irresponsabilidad, pero sentía que mi cuerpo e incluso mi alma me lo pedían a gritos. Así que, por primera vez en mi vida, me decidí a hacer algo improviso.

* * *


      Deambulo por la orilla sin dirigirme a ningún lugar, sin esperar ver a nadie. Sólo percibo el suave tacto de la arena fina y húmeda en mis pies descalzos y el leve susurro de la brisa marina que revuelve mi pelo. Me fascina el ritmo de las olas y la inmensidad del mar me ofrece respeto y cariño a la vez. Cansada de caminar, me tumbo en la arena y cierro los ojos. Con los párpados cerrados empiezo a verlo todo con más claridad. La presión externa o la colocación de los muebles no son los responsables de mi situación. Por eso, no se trata de huir sino de parar y recapacitar. El problema, como me dijo Javi, está dentro de mí. La cobardía me ha vuelto egoísta, miserable. Así no es posible escribir nada interesante, ameno ni esperanzador.

      Me avergüenzo al recordar como hace unos años huí de él en cuanto me empezó a hablar de un proyecto en común para toda la vida. Soy consciente de que él espera pacientemente y casi sin hablar conmigo. Se limita a cumplir la función más importante: estar junto a mí, por si le necesito.

* * *

      Esta mañana he encontrado un folio en blanco y he empezado mi libro: “Algunos prefieren no amar para no sufrir, pero sin amor se sufre constantemente…”