I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

La ignorancia

Irene Valenzuela, 16 años

                   Colegio San Agustín (Madrid)  

     Quiero hablar de la ignorancia, pero no de la que poseemos por naturaleza y que nos incita a la curiosidad, sino de la ignorancia voluntaria.

     Es cierto que todo somos ignorantes desde nacimiento, pues siempre hay algo nuevo por conocer; no existe nadie que conozca todos los misterios del mundo. De hecho, si no fuéramos ignorantes y lo supiésemos todo no habría sorpresas en el día a día y la vida dejaría de ser vida para convertirse en una constante rutina. El problema viene cuando esta ignorancia es voluntaria, cuando preferimos cerrar los ojos a lo que pasa a nuestro alrededor en vez de plantarle cara. De la misma manera, tampoco podemos llamar vida a aquella en la que utilizamos unas gafas de sol ante las cosas desagradables y una sonrisa ante las que nos convienen.

     Todos sabemos que la tercera parte del mundo es pobre, que hay gente que vive en la calle y no tiene ni para comer, que hay niños en tu propia ciudad que tienen que robar para sobrevivir. Pero preferimos no verlo y cerramos los ojos. A pesar de que a todos nos disgusta esta situación de desigualdad, lo máximo que somos capaces de hacer por cambiarla es entregar algo de dinero en las campañas humanitarias, y a veces ni eso. Y lo peor es que no es por falta de información. Si hay algo que no falta en las noticias de la televisión, son reportajes sobre tragedias y desgracias. Quizá precisamente por eso, estamos tan acostumbrados a que nos hablen de la miseria del mundo, que lo máximo que nos provoca es un suspiro de lástima por esa gente que se está muriendo mientras nosotros estamos tranquilamente cenando dos platos de comida, en un hogar confortable, con una familia que nos quiere y viendo la televisión.

     En cierto modo es una paradoja: queremos ayudar a la gente pero no lo hacemos, ¿por qué? La excusa más conocida es “porque yo no puedo hacer nada por cambiar el mundo”. Está claro que si te quedas sentado en el sillón de tu casa vas a hacer mucho menos. Nadie nos pide que acabemos con la pobreza ni que consigamos la paz mundial. Pero sí que intervengamos en la parte del mundo que nos toca, una pequeña parte llamada “alrededor”. Eres tú quien decide las dimensiones de ese alrededor, algunos lo amplían hasta otros países, otros lo reducen a su casa, pero siempre es mejor actuar que quedarse viendo la tele. Una gota de agua, por sí sola no puede hacer mucho, pero el conjunto de ellas puede formar un océano. Si todos aportásemos nuestra gota de agua, seguramente el mundo sería un océano más limpio.

     Por tanto, si no ayudamos o decimos que no conocemos los problemas del presente es porque no queremos, porque es mucho más sencillo y más cómodo vivir en nuestra posición de ignorantes voluntarios sin hacernos responsables de lo que pasa a nuestro alrededor. Claro, hasta que esos problemas nos afectan directamente, entonces quizá no nos convenga tanto hacernos los ignorantes.

     En todos nosotros hay un sentimiento de amor al prójimo, de rebeldía ante las injusticias. Sólo tenemos que despertarlo y guiarnos por lo que nos pide el alma, que es conseguir una vida mejor para mí, para ti y para ellos.

     Sólo te pido que lo pienses. ¿De veras quieres vivir toda tu vida fingiendo que eres un ignorante?