XXI Edición
Curso 2024 - 2025
La madre invisible
Julia Crovetto González, 14 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Una mujer andaba liada con montones de papeles y carpetas, puestos de cualquier manera sobre su escritorio. El ordenador estaba encendido, pues trataba de redactar un informe sobre un caso que su empresa estaba apunto de perder. Su jefe acababa de gritarle, ya que ella lo llevaba muy atrasado a causa de unos días de baja medica causados por una migraña persistente.
Tras finalizar su jornada, recogió su despacho y se encamino hacía su casa. Al entrar, le a recibió un delicioso aroma a comida recién hecha. Era viernes y su marido estaba preparando la cena: pizza casera. Le saludó con la mano y él se acercó, le rodeó con sus brazos, le dio un beso en la mejilla y siguió su tarea. Su hijo menor se hallaba en el salón jugando a la video consola. La mujer esperó unos segundos apoyada en el marco de la puerta mientras observaba los rápidos movimientos de sus dedos entre los múltiples botones y gatillos del mando, a la espera de la reacción del muchacho ante su presencia. Al darse cuenta de que estaba absorto en la pantalla, se aclaró la garganta exageradamente. Él desvió la mirada del juego hacia ella y pronunció sin apenas emoción:
–Hola mamá.
Ella le respondió de forma exagerada, para hacerle notar que le habían molestado sus secas palabras, pero el chico siguió a lo suyo.
Decidió probar suerte con su hija. Cuando llegó a su habitación, hablaba por el móvil con una amiga.
–Hola, cariño. ¿Qué tal ha ido tu día? –le dio un beso en la mejilla.
Para su sorpresa, la adolescente meneó un hombro.
–Mamá… ¿No ves que estoy ocupada?
Y la empujó fuera del cuarto antes de cerrar con un portazo.
Fue en ese momento cuando tomó una resolución. Con paso firme se dirigió al salón, le arrebató a su hijo el mando de la televisión, que la apagó sin avisar. El muchacho se quedó inmóvil, sin entender qué había pasado. Después de un instante se volvió hacia ella y le empezó a gritar:
–Pero… ¿Qué has hecho mamá? Estaba en medio de algo importante.
Pero en la cabeza de su madre resonaban el seco «Hola, mamá» y el portazo de su hija.
Volvió a la habitación de la chica, abrió la puerta, se dirigió hacia ella y sin darle tiempo a reaccionar, le arrebató el móvil de las manos y colgó la llamada.
–¡Mamá!... Devuélvemelo. ¡No puedes interrumpirme así!
Otra vez se le vinieron a la mente las palabras de su hijo y el portazo. Dio media vuelta y regresó a la sala de estar, donde se tumbó en el sofá, satisfecha. Sus dos hijos se pusieron delante. Estaban muy enfadados.
–¿Porqué lo has hecho, mamá? –preguntó él.
Su hija asintió, para corroborar las quejas de su hermano. Pero su madre seguía a lo suyo, como si no los escuchara.
–¡La cena esta lista! –oyeron una voz alegre desde la cocina.
Se levantó del sofá y se dirigió a la cocina, sorteando las palabras hirientes de sus hijos. Llegó y se sentó.
«¡Después de todo lo que hago por ellos, así me lo agradecen!», pensó.
Se sentaron todos a la mesa y se hizo un silencio sepulcral.
–Bueno, ¿qué tal tu día cariño? –el padre se dirigió a su hija.
Ella levantó la mirada del plato y, con cara angelical, dijo:
– Bastante bien. Por cierto, Ana me ha invitado a su fiesta de cumpleaños. Será mañana. ¿Podré ir?
–No –intervino su madre con frialdad–. No vas a ir.
La muchacha apoyó las manos en el tablero, dispuesta a levantarse. Sus ojos se habían llenado de rabia, pero su madre estaba satisfecha de la manera en la que había actuado.
–¡Mamá, llevamos organizando la fiesta desde hace mucho tiempo!
Ella la miró con severidad antes de repetir:
–No vas a ir.
Su hija buscó ayuda en su padre, aunque estaba segura de que él se pondría del lado de su mujer.
–Papá, convéncela, por favor.
–Cariño, creo que deberíamos…
–¡No! –le interrumpió–. Y sanseacabó.
Cuando su esposo la miró con un deje de desaprobación, se sintió despreciada. Nadie le preguntaba nunca qué es lo que le apetecía; no había quien se preocupara por su opinión, quien le hubiera preguntado si le apetecía cenar pizza un viernes más, como si dieran por hecho que no tenía derecho a la decepción.
Su hija soltó un gruñido de rabia, arrastró la silla y se fue a su cuarto. De nuevo, soltó un portazo.
–Te has pasado mamá –intervino su hijo, que sin pedir licencia tomó su plato y se dirigió al salón. Enseguida volvieron a oírse los sonidos de la video consola.
Ella se quedo en silencio y, sin acabarse su cena, se fue a la ducha. Abrió el grifo y se metió debajo del agua. Estaba fría. Entonces dudó si no se había excedido en su temperamento.
Cuando se puso el pijama, decidió ejercer el papel de madre como es debido. Avanzó hasta el cuarto de su hija y abrió la puerta. La chica estaba tumbada boca abajo en la cama, en plena llantina, con un paquete de pañuelos de papel a su lado.
Se sentó a su lado, la abrazó.
–Lo siento –se disculpó.
Con los ojos rebosantes de lágrimas, su hija la miró.
–No voy a ir, ¿verdad?
Ella asintió, pero la muchacha, sin palabras, le hizo entender que lo comprendía y que, desde aquel día su comportamiento sería muy diferente.