XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

La musa latina

Paula González Vigara, 17 años

  Colegio Senara (Madrid)

Era una noche de primavera. Perdida entre las calles del Madrid de los Austrias andaba una muchacha que, como todos los artistas en la noche, buscaba un lugar donde esconderse de la soledad.

La Musa Latina fue el local al que la casualidad la había conducido. Era un pub moderno, bastante más lujoso que los que ella solía visitar. Entró y pidió la copa de vino más barata que había en la carta, a pesar de que sabía que no iba a probarla. El resto de las personas que llenaban el local hablaban y reían sin haberse percatado apenas de su presencia. Aunque la muchacha había acudido para intentar animarse, se sentía aún más deprimida.

Su mirada de negras pestañas hormigueaba por el local, sin posar su atención sobre nada en concreto; ni siquiera sobre el joven que se había sentado a su lado y la observaba con curiosidad. No pudo evitar sorprenderse cuando la voz azucarada del muchacho la saludó. Al final había conseguido despistar a la soledad.

—No me esperaba que nadie fuera a hablarme en una noche tan triste —confesó con la mirada clavada en el líquido púrpura de la copa.

—¿Por qué no?

—Porque soy una artista —soltó después de un silencio.

—No pareces una artista, si te soy sincero.

La joven dio el primer sorbo a la copa en honor a su arrogancia, con la intención de hidratarse la garganta y, de paso, la paciencia.

—¿De verdad lo crees? Una joven nostálgica y taciturna abandonada en la barra de un pub de lujo a merced de la soledad, con una copa de vino como único consuelo.

—He visto muchas chicas así. Eso no demuestra que tú seas una artista.

—Bien. ¿Ves a ese joven de ahí, el de la marca en la cara? ¿Sabías que se la hizo en un incendio cuando intentaba salvar la vida de su madre y de su hermana?

—¿En serio?

—No. En el tiempo que llevo aquí sentada, mi único entretenimiento ha sido inventarme historias que volvieran interesantes a las personas. Tengo más historias. Si quieres te las cuento todas.

—¿Cuántas copas te has bebido?

—El primer trago lo he dado hace un instante.

—Aun así, cualquiera sabe inventarse historias.

—Pues entonces, y como último recurso, te diré que este lugar tiene un cierto aire bohemio. Se que es un pub, pero si se colgasen algunas plantas del techo y se cambiara la luz a una más cálida, sería un lugar perfecto para pintar atardeceres. Por supuesto que toda esta gente desaparecería, y la música monótona de fondo se sustituiría por una más tierna —. El chico la miró conmovido—. Ya sé que te estarás preguntando por qué narices pintaría alguien un atardecer dentro de un pub, pero, verás, si alguna vez has intentado retratar un atardecer mientras este sucede, te habrás dado cuenta de que es imposible. Cualquier artista lo sabe. En un atardecer, los colores del cielo van cambiando repetidamente en pocos minutos, así como la posición el sol y la intensidad de la luz. Es como tratar de pintar nubes; son imposibles de retratar. Te descuidas un instante y su forma esponjosa ha cambiado por completo o, simplemente, se han disipado, como si Dios hubiera dado un brochazo azul sobre el cielo. Todas estas cosas, cuando se pintan, surgen de nuestra imaginación y no porque las veamos en directo. Por eso, en este lugar, se podría pintar un atardecer.

El joven miraba cómo le borbotaban las palabras, descuidadas, entre sus labios. No se esmeró en ocultarle su admiración y, en cuanto ella dejó de hablar, se precipitó a besarla. Pero la joven se acercó la copa a los labios al percatarse de que la distancia entre ellos dos se hacía más estrecha. Él suspiró decepcionado.

—¿Y bien? ¿Soy una artista, o no?

—Sin duda alguna, lo eres.

—Entonces—añadió con un brillo infantil en los ojos—, has de saber que, como artista, todo lo que hago son obras de arte, incluidos mis besos. Y que yo mis obras no las regalo al primer desconocido que se encapricha de ellas. Soy una artista paciente y prefiero esperar a que llegue un amante del arte que sepa apreciarlas, antes que entregárselas a cualquier aficionado en la barra de un pub.