II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

La Paca Sesera

Laura Berridi, 14 años

                  Colegio San José de Cluny (Santiago de Compostela)  

    El sol sale majestuoso, disfrutando de su gran momento, sin una sola nube que le estropee su aparición tras las montañas. Todo el pueblo de Villariz duerme. Bueno, todo no. Antonio está pie desde antes de la aurora para ayudar a Margarita, su vaca, en los mágicos momentos del parto. Los primeros rayos de sol en la cara de Paquita, la recién nacida, le obligan a abrir los ojos. Para ella todo resulta enorme y nuevo, y le gusta la cara cansada pero sonriente de Antonio. Da los " muuu buenos días " y, tras los fallidos primeros intentos, consigue ponerse de pie.

    Paquita se acerca a su madre en busca de ese delicioso alimento que es la leche materna. Nuestra vaquita es muy flacucha, con las patas traseras más grandes que las delanteras. Es toda marrón, exceptuando una gran mancha blanca que le cubre el morro. Aunque es un poco fea, tiene ese encanto de los recién nacidos, que hace que todo el mundo les coja enseguida cariño.

    Toda la familia de Antonio estaba ya en la cocina de la granja. Es una sala alargada de techo bajo llena de hornos, cacharros y olores diferentes. Había también mesas grandes y pesadas, donde se amasaba pan, se partían pollos y pavos o se cortaban a dados zanahorias y puerros. El primer recuerdo de Antonio estaba debajo de aquellas mesas, que a veces se convertían en castillos, otras en cuevas y otras en grandes selvas sin explorar. Como todas las granjas del pueblo, la de Antonio no consta de una o dos casas, sino que está compuesta por varios cobertizos, gallineros y casas, todos de sólida construcción y abiertos a un patio central, que es lo primero que se ve al cruzar la pesada puerta de hierro de la entrada.

    Tras informar a toda la familia de la noticia Antonio se va a la cama para recuperar las horas de sueño perdidas. En la cocina, Sandra y Brais, los mellizos de Antonio, de quince años, apuran su abundante desayuno para ir lo más rápido posible a ver a Paquita. Cualquiera diría que no son mellizos pues Sandra es demasiado alta para su edad y muy flaca, mientras que Brais es bajito y rellenito. Mientras que una prefiere estudiar, el otro tiene una fuerza descomunal y ayuda a sus padres y tíos en las labores del campo. Cuando terminan, salen corriendo detrás de sus tíos al cobertizo donde instalan a la recién nacida y a su madre.

    Cuando se aburren, Brais y Sandra vuelven junto a su madre, una mujer bajita y regordeta, con una mano prodigiosa para la cocina y la costura. Chismosa y cantarina, Lola, que así se llama, está acostumbrada a trabajar en el campo y sabe como llevar los horarios y la organización de la granja.

    -Está muy flaca -comenta Brais.

    -Pero creo que será una estupenda vaca lechera, pues su madre lo es -les dice Lola a ambos.

-Mami, mamita, ¿qué es una "paca sesera"? -pregunta Carlitos. El pequeño de la casa sólo cuenta tres años y es, como todo niño de su edad, curioso y preguntón. Aunque es un encanto y un cielo de niño, a veces se torna pesado con sus preguntas y porqués.

    -No, cielo, se dice vaca lechera -le responde.

    -No, no, mami. Paquita es una "Paca sesera", pues por algo le puso papi ese nombre tan gracioso.

    -Carlos, acaba ya de desayunar y venme a ayudar a organizar la cocina -le riñe Lola.

    Por aquellos tiempos, a Carlos aún no le dejaban usar las herramientas para trabajar en el campo, por miedo a que se cortara, por eso su madre llamaba "el ayudante". Se encargaba de fregar cacharros y hortalizas, o de ir al corral en busca de huevos. A Carlos no le gustan nada estos trabajos y prefiere estar cuidando a los animales, y entonces se escapa aprovechando cualquier despiste de su madre, recibiendo claro está su correspondiente castigo. Pero a Carlos no le importa estar una semana castigado si pudo estar una hora al lado de sus queridos animales.

    En estos momentos se muere de ganas de ir a ver a su Paca sesera. Lola acaba de salir al corral en busca de un pavo bien grande, para asarlo como sólo ella sabe, en honor de ese tan feliz acontecimiento que es el nacimiento de Paquita. Carlos no lo duda un instante. Sale pitando en dirección al cobertizo. Al llegar a la puerta se cerciora de que dentro no halla nadie que le pueda obligar a volver a sus tediosas tareas. Camino libre. En el rincón más alejado de la puerta se encuentra Margarita y, detrás de ella está la vaquita más mona y salada que Carlos había visto en su vida. Carlitos siempre tuvo un don con los animales, ellos siempre le tomaban confianza, cariño y respeto nada más verlo. Paquita no es una excepción al ver a ese niño que le recuerda tanto a Antonio, pues se parece mucho. Enseguida va corriendo hacia Carlos y se le frota y le refrota como un gato, deja que le acaricie y que le pase una cuerda alrededor del cuerpo. Sólo una cosa podía estropear ese momento, y es la llegada de Lola.

    -¿Cuántas veces te he de decir que no puedes salir de la cocina hasta que no acabes tu tareas?

    -Lo siento, pero...

    -No hay peros que valgan. Habrá que volver a...

    -Perdóname mami. No lo vuelvo ha hacer.

    Carlos consigue calmar a su madre con estas palabras. Había puesto mucho cuidado al pronunciar el "mami" en el momento y con el tono adecuado. A Lola, esta afectuosa palabra siempre le hacía derretirse, y no lograba castigar a su niño después de que la dijese. A Carlos le llevó poco tiempo averiguarlo, y ahora se aprovecha de ello siempre que se le presenta ocasión.

    En todas las granjas de Villariz ya se están preparando las celebraciones navideñas, y la de Antonio no es una excepción. La ornamentación tradicional del comedor está quedando preciosa: las ramas de abeto que orlan las vigas del techo están en el verdor justo para que armonicen con las pulidas manzanas colgadas en ellas, pero lo mejor es el gran abeto que está justo en el centro de la estancia. El comedor es una sala cuadrada con el techo alto lleno de vigas. Las paredes son de piedra gris, menos el mármol blanco que está alrededor de la chimenea, las contraventanas son de madera noble y las cortinas están confeccionadas por la tatarabuela -con un número casi infinito de taratas- de Antonio. En la granja no hay mucho trabajo, por eso la Navidad es el mejor período del año. Pero Antonio no tiene tiempo de pensar en esta fiesta que se acerca con asombrosa rapidez, pues está preocupado por Paquita.

    -Debería empezar a dar leche en esta época, pero aún no se le han hincado las ubres y sigue estando flaca -comenta a su esposa-. Como no de leche pasado el invierno mucho me temo que habrá que sacrificarla, pues significa que no es una vaca lechera.

    -Pero Carlitos le ha cogido mucho cariño a la vaca... -le reprocha su esposa-. A ver quién se lo dice.

    -Lo sé -le responde-. Por él espero que la vaca resulte ser lechera. Y será por él por lo que me resulte difícil sacrificarla.

    Carlos pasaba por delante de la cocina mientras sus padres hablaban y, al oír su nombre no pudo resistir la tentación de escuchar detrás de la puerta. Al oír cual sería el final de su amiga si esta no daba leche, salió corriendo al cobertizo de Paca.

    -Paquita, tienes que dar leche, por favor -le dice Carlos a su amiga.

    -¿Muuu? (¿Por qué ?)

    -Porque sino te matan, Paquita. Te matan, y yo no quiero.

    -Muuu. ( Lo intentaré )

    Nochebuena. Todos están en la mesa, charlando, comiendo y riendo. Tito Moncho se vino desde la ciudad para estar con su familia en esta fiesta tan especial. Su presencia y su conversación son los causantes de la mayoría de las risas, pues desde que llegó no ha parado de contar las mil y un anécdotas sobre su vida en la ciudad. De pronto, se oye mugir con impaciencia a Paquita desde el cobertizo. Antonio, asustado, sale corriendo hacia allí. Enseguida vuelve con un cubo lleno de leche en las manos y una sonrisa en la cara.

    -¿A que no sabéis qué es esto? -pregunta- ¡Es leche de Paquita!

    -Exactamente, es el primer cubo leche que da nuestra vaquita -afirma Antonio- ¿Quién quiere dulces para celebrarlo?

    La respuesta: una algarabía general y todo el mundo abalanzándose sobre cuantos dulces navideños encuentran. Sólo el grito de Lola prometiendo que nadie probaría la leche sirvió para calmar a los niños, pues los adultos ya vaciaron media botella del mejor vino de la bodega de Antonio y no hay indicios de que vayan a parar. Ya en la cama, Carlitos intenta dormir, pero la emoción se lo impide. No sólo está nervioso por la fiesta de mañana, sino que también está feliz por el gran acontecimiento de hoy. Después de contar cientos y cientos de ovejas, le invade el cansancio y se rinde al sueño.

    Después del desayuno, Carlos espera impaciente frente al enorme abeto del comedor la hora del reparto de los regalos. Cuando ve aparecer a su madre por la puerta, sale corriendo hacia ella y le estampa dos besos. Acto seguido corre hasta el árbol y apura en descolgar todos sus regalos, y el de Paquita, naturalmente. Antes de abrir los suyos se encamina hacia el cobertizo y le coloca a su paca sesera su nueva bufanda. Entonces es cuando corre a abrir sus regalos, admirarlos y jugar con ellos. El que más le gusta era un peluche con la forma de una vaca, que al apretarle la tripita de felpa, produce la música de la canción popular de "La vaca lechera". Claro está que Carlitos la canta a su manera:

    - "Teno una paca sesera, no es una paca calquera. Me da leche merenada, uy que paca más salada..."

    Mientras sus hijos juegan y disfrutan de la mañana, Lola se está esmerando en la cocina. Acaba de mandar matar al pavón más grande todos y le va a poner un relleno de setas y nueces. Al pavo le acompañará una gran fuente de ensalada con las mejores hortalizas y verduras de su granja, seguido de unas patatas y huevos encapotados. Y el postre, que ya lo está preparando, son torrijas cocinadas con la leche de Paca.

    En el cobertizo, Paquita se luce ante las demás vacas. Todas hacen comentarios, buenos o malos, sobre su nuevo atuendo. A Paquita únicamente le importa que Carlitos, su adorado Carlitos, le hubiese hecho un regalo tan lindo y necesario, ya que había cogido un resfriado después de comer aquella cosa blanca que caía del cielo y cubría su deliciosa porción de hierba. Y es que ella no puede imaginar el mundo sin Carlos.