II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

La parada fantasma

Inés Canals Pou, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Me desperté con la misma sensación de vacío de todas las mañanas. Olisqué con fruición el aire y supe que, una vez más, me quedaba sin desayunar. Estiré mis piernas entumecidas, al tiempo que giraba las muñecas dormidas, algo azuladas por el frío. La noche había sido dura; el frío apretó con descaro, y eso se nota al llegar a cierta edad.

Me levanté lentamente, con miedo a no poder mantenerme en pie, pero ante mi sorpresa, mis débiles piernas se mantuvieron firmes tras un leve temblor.

Sacudí mi viejo abrigo. A la luz del amanecer se veía más usado que nunca, y me apunté mentalmente pedirle uno nuevo al párroco.

Eché a andar hacia la panadería con la esperanza de que me hubiesen guardado algo del día anterior. Me rugían las tripas; llevaba dos días sin comer y durmiendo en la calle. Debería haberme ido a la casa de acogida que me dijeron, allí habría descansado, y de paso, me habrían curado estas heridas de los pies que tanto me molestaban.

Me paré ante el escaparate de una pastelería y el reflejo del cristal me devolvió la triste imagen de todas las mañanas. Ojos claros, cansados por el paso de los años; piel oscura, arrugada por la edad; sonrisa triste, expresión melancólica; cabello blanco, con algunos mechones grisáceos que jugaban en mi frente. No era feliz. Mi vida era incompleta. Estaba acabado y me dolía tener que reconocerlo. ¿Cómo había llegado a esto? Pensé en los años de alcoholismo, en las peleas con mi mujer, en los años en la calle… Poco a poco, había pasado de ser el respetado señor González a, simplemente, Juan, al que todo el mundo desprecia y pocos detienen para charlar.

Mis tripas se volvieron a quejar. Lo mejor sería que me diera prisa o abrirían al público la panadería y ya no me darían nada.

Una ráfaga de viento recorrió la acera, haciendo volar a mi alrededor papeles y polvo. Por un momento tuve que cerrar los ojos. Unas tímidas gotas empezaron a caer. En poco tiempo se convirtió en un aguacero y corrí a refugiarme bajo el tejadillo de una parada de autobús. “Fuera de servicio”, leí en la pared. Qué más me daba, no pensaba cogerlo.

Me senté en el banco, a la espera de que parara de llover y cerré los ojos para descansar. Me sobresalté al oír un chirrido de frenos. Un autobús blanco, sin ninguna letra ni número, se paro enfrente de mí. La puerta se abrió.

-Sube, Juan. Te estábamos buscando -me saludó el conductor.

-¿Disculpe? –dije sorprendido- ¿Me conoce...?

-Más o menos -respondió con una sonrisa-. Suba, que se hace tarde.

Subí, no sé por qué. Algo me dijo que no tenía nada que temer. Me senté en el primer lugar que vi vacío, sin fijarme en la gente, con los ojos en el suelo. Un hombre se sentó a mi lado y sacó una libreta. Empezó a pasar hojas. Intenté leer por el rabillo del ojo, pero las letras se confundían. Había bebido demasiado la noche anterior.

Aquel hombre se detuvo en una página.

<<Día 16 de febrero de 1987. He vuelto ha discutir con Juan. He vuelto a llorar... Le he pedido que dejara de beber, pero no me ha hecho caso y se ha marchado al bar de abajo con dos mujeres>>.

Me invadió la vergüenza, pues recordaba aquel día.

Siguió pasando hojas.

<<Día 27 de abril de 1989. Juan se ha ido de casa. He ido a la policía para que me ayuden a buscarle, pero no le han encontrado ¿Dónde estará?>>.

No sabía que mi mujer me hubiera buscado. Una lágrima corrió por mi mejilla.

<<Día 2 de junio de 2004. Estoy enferma. Juan no lo sabe, ya que no ha pasado por casa. Ni siquiera me ha mandado flores por nuestras bodas de plata. Le echo de menos>>.

<<Día 29 de febrero de 2006. Me han diagnosticado un cáncer. Ojalá Juan estuviera conmigo. Me siento tan sola… Espero que piense en mí de vez en cuando. Yo siempre me acuerdo de él, y no le guardo rencor…>>.

Ya no podía impedir mis lágrimas.

-¿Sabes qué es esto, Juan? –me preguntó aquel hombre.

-No -negué entre sollozos.

-Es el diario de Carol, tu mujer.

-Está enferma -murmuré entre dientes-. No lo sabía, te lo juro.

-Tampoco te molestaste en averiguarlo. ¿Sabes qué hago yo aquí?

-No -volví a negar.

-Estoy aquí por una razón muy simple: dentro de tres días Carolina morirá de cáncer, y verte por última vez es lo que le haría más feliz.

-Pero..., ya no querrá verme.

-¿Eso crees? Entonces, seguiré leyendo: “30 de mayo de 2006. Me encuentro algo mejor que esta mañana. Estuve mirando viejas fotos y cuando vi a Juan, no pude evitar sonreír. Qué guapo sale, con esa sonrisa tan particular. Ojalá pudiera leer en sus ojos dónde está después de tantos años...

-¿Qué puedo hacer? -pregunté desesperado.

-Volver -susurró el hombre con una sonrisa

* * *

Metí la llave en la cerradura y la giré lentamente. Entré en la estancia con paso inseguro ¿Me reconocería?

-¿Quién és? – preguntó una voz desde la cocina

Dios mío, ¡era ella!

-Soy yo. He vuelto.