XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

La persona adecuada 

José María Hernández-Villalobos, 17 años

          Colegio Mulhacén (Granada)  

La vida se escribe con renglones torcidos; por eso hasta la mente más cuadriculada se lleva sus sorpresas. Pero aquella mañana Marta todavía no lo tenía en cuenta. Llovía sobre la ciudad y ella caminaba por la acera, procurando no meter los zapatos de tacón en los charcos. Consultó el reloj y suspiró. Vestía con elegancia, se había maquillado y por su peinado era fácil advertir que acababa de salir de una peluquería.

Se sentó en una marquesina a esperar el autobús. Se distrajo con los coches que pasaban entre la cortina de agua, hasta que un anciano de aspecto desaliñado, de pelo largo y barba que le bajaba por el cuello, se apoyó en el cristal de la parada.

Marta se levantó para cederle el sitio. El hombre tomó asiento sin agradecerle el gesto, con la mirada perdida mientras ella aprovechaba para adelantarse en la carretera para ver si el autobús asomaba por el horizonte de las calles. Entonces un coche frenó bruscamente, pues el semáforo se había puesto en rojo, formando una ola de agua sucia que manchó las piernas y el vestido de Marta, que no pudo evitar dar un chillido.

—Lo sentimos mucho, señora. No queríamos mancharla —se disculpó la copiloto al bajar la ventanilla.

Marta reparó en que en el coche había una familia. Reprimiendo su ira, contestó:

—No pasa nada, pero tenga más cuidado, por favor.

Cuando el vehículo continuó su marcha, ella se frotó las medias y la falda.

El autobús continuaba sin aparecer, así que Marta llamó por teléfono para pedir un taxi. Mientras lo esperaba, continuó tratando de limpiarse del agua sucia, sin resultado.

Quince minutos más tarde, el taxi se detuvo junto a la parada.

—¿De verdad que tengo que llevarla allí? —el taxista se sorprendió al escuchar la dirección.

—Sí, señor —le respondió Marta.

—Con razón va tan elegante.

Esbozando una sonrisa, le explicó:

—Gracias. Tengo una entrevista de trabajo.

—¿Es una indirecta para que conduzca deprisa?

Marta se rio sin dejar de frotarse las medias.

Durante el recorrido, trató de memorizar cada respuesta. Nunca se había sentido tan nerviosa. De pronto, el coche fue frenando hasta detenerse. El chófer salió y, tras abrir el capó, se metió de nuevo en el vehículo.

—Vaya, lo siento… —se disculpó muy serio, con la gorra chorreando—. Esta mañana olvidé llenar el depósito y me he quedado sin gasolina. Pero, por si le sirve de consuelo, solo estamos a tres manzanas de su destino.

Marta consultó el reloj y sintió como diez mil kilos de cemento sobre los hombros: le quedaba un minuto para llegar.

—No se preocupe, son cosas que nos pasan a todos.

Nada más salir del coche una ráfaga de viento volteó su paraguas y se lo arrebató de las manos. Con el corazón encogido, observó cómo desaparecía entre la multitud. Las lágrimas surgieron centelleantes al percibir la lluvia en su rostro... Pensó en la eternidad que había estado en la peluquería. Pero, haciendo de tripas corazón, echó a correr hacia su destino. Se repetía constantemente:

«Solo son tres manzanas».

Llegó al edificio, subió al piso y abrió la puerta. Se quedó impactada: el despacho era la viva imagen del orden y la limpieza. Al otro lado de una mesa de cristal estaban sentados unos hombres trajeados, que parecían ser los dueños de la empresa. Marta se avergonzó de su aspecto: el pelo empapado y la ropa sucia.

—Lamento llegar tarde, señores —se disculpó temblando de vergüenza.

—Siéntese, señorita.

Tras acomodarse, buscó algún argumento que justificara su apariencia y su impuntualidad. Pero sabía que las excusas no son nunca una solución, así que empezó diciendo:

—Les garantizo que soy la adecuada para este puesto.

—No hace falta, señorita Hernández que siga—le cortó con voz serena el hombre sentado frente a ella—. Está contratada. Nuestra empresa es más grande de lo que usted supone: estamos en todos lados y hemos interactuado con usted varias veces en este día. La entrevista comenzó cuando usted se levantó del banco en la parada de autobús para cederle el sitio al anciano. Según lo que hemos podido observar, es usted la persona adecuada.