X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

La sequía

Alejandro García Navarro, 15 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

El cubo llegó repleto de barro.

Jazmín sabía que el agua era imprescindible para la vida. Las historias de sus antepasados decían que las primeras civilizaciones habían nacido al lado del Gran Río. Sabía también que el agua separaba los continentes y que al cruzarla algunos hombres descubrieron tierras nuevas. Sabía que por ella navegaban barcos tan grandes como ciudades y que en sus profundidades se escondían armas letales capaces de destruir al completo su país. También había escuchado que al sur de la península había ciudades en las que el agua también era un motivo de diversión, que alguna gente llenaba de agua unos agujeros que excavaban en la tierra solo por el gusto de mojarse.

Pero también sabía -de esto estaba segura- que ella y toda su familia iban a morir en poco tiempo porque en su aldea ya no había agua. Y sin agua la gente se moría de sed. Y sin agua no se podían mantener los cultivos. Y no se podía dar de beber al ganado. Y todo esto conducía a la carestía. Y la carestía a la hambruna. Y la hambruna a los conflictos… Las aldeas que resistieran los mordiscos del sol pelearían por los pocos alimentos que quedasen.

Al llegar a su chamizo Jazmín se puso a llorar. Les dijo a sus ocho hermanos que ese día no iban a tener nada que beber.

<<Mañana será otro día>>, soltó con voz temblorosa al salir de la cabaña.

Aquella noche, durante el poco tiempo en el que consiguió dormir tuvo una pesadilla: ella y sus hermanos se veían obligados a huir a causa de las peleas que surgían a raíz de la escasez de agua.

Poco antes del alba un estruendo sacudió todo el poblado. Jazmín se despertó y fue rápidamente a ver qué pasaba.

Muchos vecinos rodeaban un camión. Jazmín era de las pocas personas jóvenes en la aldea que sabía que aquella máquina era un tipo de elefante metálico, que se usaba para el transporte de soldados o, en el mejor de los casos, para transportar suministros médicos y alimentos. Pero esa segunda utilidad no se veía hacía mucho tiempo. Además, este camión era más grande que los que ella recordaba. En el centro de su plataforma había un enorme tornillo vertical que avanzaba, lentamente, tierra adentro al tiempo que unos operarios accionaban una serie de palancas y otros encajaban unos pesados bloques a medida que la excavadora vomitaba arena.

Jazmín consiguió abrirse paso para preguntar a uno de aquellos hombres qué estaban haciendo. Para su sorpresa, éste hablaba su idioma. Le explicó que habían venido para construir un pozo de agua potable que recogiera las corrientes subterráneas y que, durante los próximos meses recorrerían los poblados de la zona con el mismo propósito, todo gracias a algo que llamó “donativos”, pero Jazmín no llegó entender aquel término. Aun así no pudo contener su alegría: echó a correr hacia su cabaña para contarle a sus hermanos aquella buena noticia.

Hubo una fiesta en el poblado, a la que invitaron a los “donativos”, que fue como empezaron a llamar a los ingenieros, en agradecimiento por aquel pozo de agua, aquel pozo de vida.