V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

La sombra perdida

José Luis Prieto, 15 años

                Colegio Mulhacén (Granada)  

El sol se ponía por el horizonte. Si no se daba prisa, la noche caería antes de que Tom llegara a su destino. El joven mago cabalgaba velozmente sobre un caballo blanco. Se dirigía por una carretera comarcal hacia su ciudad natal, Ilydeon. Tom tenía diecisiete años y, dentro de poco, se convertiría en el soberano de dicha ciudad, puesto que su padre, emperador de aquel continente y gobernador de todo el país, había prometido cedérsela el día que cumpliera la mayoría de edad.

Tom era un chico alto y rubio, con unos brillantes ojos azules que se asemejaban a dos pedazos de hielo. Era bastante corpulento y su presencia imponía respeto. Estaba muy cansado, pues había tenido que soportar un aburrido consejo sobre la posible invasión de los bárbaros por el norte del continente y sobre campañas de defensa contra estas posibles invasiones. Tom odiaba la guerra, ya que le parecía inútil. De pequeño decidió descubrir los enigmas de la magia. Aprendió de su maestro todo cuanto pudo.

Cuando terminó el consejo, viajó a un bosque inhóspito porque sabía que allí no le vería nadie. Hizo un viaje al mundo de las sombras por la simple curiosidad de desvelar sus secretos. Era peligroso y requería mucha experiencia en el ámbito del movimiento por otros planos. No había salido muy bien parado. Hubo un fallo en el conjuro del hechizo que no le permitió volver al mundo real. Al menos, no del todo.

Hacía ya más de una hora que el sol se había puesto. El cielo se había sumido en una oscuridad total. Al cabo de un rato a caballo, pudo al fin divisar las murallas de Ilydeon, que se alzaba ante él grande y poderosa.

Tom se quitó la capucha para que los guardias le permitieran el paso. Nada más surcar la puerta de la ciudad , giró a la izquierda y se alejó de la carretera principal, internándose en un laberinto de casas viejas. A Tom le gustaba la soledad y prefería pasar inadvertido entre la muchedumbre. Al salir del dédalo de callejas, puso rumbo al palacio, una edificación sumamente antigua. Sus altas murallas formaban un pentágono perfecto alrededor del edificio y en cada vértice se erguía un torreón desde el cuál vigilaban varios soldados.

Tom se dirigió rápidamente al establo y desmontó del blanco corcel. Salió hacia la entrada principal, subió las escaleras y tomó el pasillo que llevaba a la biblioteca. Entró en aquella sala circular y se encaminó hacia el centro, en donde se hallaba un espejo con rubíes engastados en su marco de plata. Se detuvo frente a él y se miró. Soltó un bufido.

Tal y como esperaba, no encontró ni rastro de su sombra, a pesar de que la habitación se encontraba perfectamente iluminada. Sabía lo que tenía que hacer, pero no cómo hacerlo. Debía volver al mundo de las sombras y recuperarla, pero estaba demasiado cansado para realizar cualquier tipo de magia. Frustrado por no poder solucionar su problema, se dejó caer en un sillón y cogió un libro al azar para despejar su mente. Tom sonrió: aquel volumen había sido un regalo de su mentor el día de su graduación como mago.

Según su maestro, en él encontraría la solución a cualquier problema que tuviese.

Abrió el volumen, dispuesto a comprobar si lo que le había contado su mentor era cierto. Pero después de unas horas, se desesperó, hasta que el corazón le dio un vuelco al descubrir un titular que rezaba: “Viajes con reducción del gasto de energía”.

Averiguó que el viaje se producía a través del mismo libro y que bastaba con concentrarse en la imagen del lugar al que quería viajar. Se quedó meditando un momento, memorizó el hechizo anotado en el libro y se imaginó aquel lugar oscuro al que se disponía a viajar.

El efecto fue instantáneo: las luces se apagaron y sintió que viajaba a una velocidad vertiginosa. Al cabo de unos segundos todo se quedó quieto. Se sentía mareado y muy cansado, pero hizo un esfuerzo y miró a su alrededor.

Estaba muy oscuro pero, poco a poco, su vista se fue acostumbrando a la penumbra. Aún en aquella oscuridad pudo reconocer el lugar en el que se encontraba. Estaba en la biblioteca de su palacio, justo en el sitio donde había realizado el hechizo. Al principio pensó que el sortilegio no había funcionado, pero su antiguo maestro jamás se había equivocado. Respiró hondo y recorrió la habitación con la mirada. Todo era exactamente igual que en la realidad, todo excepto un bulto extraño que se encontraba al otro extremo de la estancia, justo enfrente de él.

Dio un paso hacia delante y, misteriosamente, el bulto retrocedió la misma distancia. Entonces lo comprendió todo: allí estaba su sombra, que realizaba en aquel mundo todo los movimientos que él desarrollaba en el mundo superior. Dio otro paso y la sombra volvió a retroceder. Se encontraba ante un nuevo problema: no podía alcanzarla. Se le ocurrió atraerla hacia sí mediante la magia.

Abrió el libro que aún yacía en sus brazos y abrió el camino de regreso a su mundo, lo que logró atraer a la sombra, que se le acercaba lentamente. Tom comenzó a marearse y a notar que las piernas le fallaban. Justo antes de desmayarse, notó el extraño contacto de su piel con la sombra.

Cuando despertó apenas podía moverse debido al enorme esfuerzo realizado. Se arrastró por el suelo hasta el espejo y se miró. Las facciones de su cara denotaban un profundo agotamiento, pero no era eso lo que le interesaba. Tom sonrió al comprobar que justo detrás de él, pegada al suelo de la habitación, se encontraba su sombra.