X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

La sonrisa

Ana Badía, 14 años

                 Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)  

Se sentó en el banco de la parada del autobús. El pelirrojo flequillo que le caía por la frente no impedía que en sus ojos se pudiera adivinar la ilusión, a la vez que una chispa de nerviosismo, por la celebración del decimoctavo cumpleaños de su mejor amiga.

Llevaba un rato de espera cuando una chica, que debía tener más o menos su edad, llamó su atención. También esperaba el autobús, acompañada de una señora mayor. Vestía un chándal amplio, tal vez porque necesitaba utilizar prendas holgadas. Su actitud no era normal; se podía observar que era muy curiosa, sus ojos iban de las palomas al semáforo, del semáforo al chorro de la fuente, del chorro de la fuente a los niños que jugaban en el parque y, de nuevo, a las palomas.

En un instante la joven cayó en la cuenta de que la muchacha pelirroja la estaba observando. Se acercó a ella con un andar dificultoso. Con mucha seguridad se sentó a su lado, a la vez que mostraba una amplia y cautivadora sonrisa. Le costaba mucho hablar y apenas se le entendía.

La pelirroja no comprendía la razón de aquel comportamiento. A pesar de todo, se sintió a gusto a su lado. Le sonreía, y las personas que se esfuerzan por sonreír son personas fuertes.

Minutos después, la mujer mayor le pidió disculpas. Dijo que sentía que su hija le hubiese molestado. Agarro del brazo a la chica y, lentamente, volvieron a sentarse en el banco.

Una reacción instantánea impulsó a nuestra protagonista a levantarse.

-Su hija no me ha molestado. Al contrario, me ha hecho pasar un rato muy agradable porque hay pocas ocasiones de encontrarse con alguien que sonría de ese modo, tan real.

La señora asintió.

-Gracias. Ya viene el autobús. Dentro de poco comienzan para mi hija las clases en su colegio de educación especial.