V Edición
Curso 2008 - 2009
La sonrisa
María Riesgo, 15 años
Colegio Montealto (Madrid)
Ayer te vi cruzando la calle, me miraste y me sonreíste.
Tu sonrisa era franca, abierta, enseñaba la nobleza de tu alma, de tus intenciones. Era limpia, cálida, era sonrisa de amigo.
No era sonrisa rastrera, como la de los magos de feria, que no buscan mas que sus propios intereses, que no tienen más amigos que sus ambiciones, que cada uno de sus gestos están hechos para engañar al ingenuo que busca amistad o consuelo. Su sonrisa es mentira, es el reflejo de sus egoísmos, el camino para obtener sus propias ilusiones.
Hay otras sonrisas falsas, vacías, del que no tiene nada que ofrecer, ni bueno ni malo. Se mueven en el mundo del absurdo, en el que nada tiene sentido. Sonríen por sonreír, por nada, por vacío.
Otros sonríen por estética, por la expresión de un gesto que les favorece, por mirar siempre a la cámara y salir bien en la foto. Esa es la sonrisa del personaje público o del que quiere llegar a serlo, preparado siempre para los flashes y que busca su gesto más publicitario, su mejor perfil para vender su imagen.
También está la sonrisa del necio, al que le falta personalidad. Todo le parece bien. Se mueve según dictan los demás. No tienen raíces ni principios, no tienen otra moral que la de todos. Su criterio se acomoda al que tiene al lado y su sonrisa es el precio que paga por estar junto al vencedor.
¿Cuántos no darían una sonrisa por aclamar al vencedor?
Además están las sonrisas de los que ven el sufrimiento del prójimo. Esa es la sonrisa de la maldad, del que busca y quiere la caída de los demás, del que se alegra del dolor del otro. La mueca falsa que ofrece se convierte enseguida en sonrisa cuando le da la espalda
Sin embargo, están los que sonríen por felicidad, como reflejo de una vida interior. Sonríen como el espejo de un alma limpia, abriendo su boca y enseñando la alegría que llevan dentro. Ésta es el reflejo de su ánimo, del sentimiento de felicidad que acompaña su vida.
Pero tu sonrisa va más allá. En ella me abres tu vida, me enseñas todos los caminos que van a ti, me cuentas sin hablar que estás dispuesto a acompañarme. Sonríe tu boca, tu cara, tus manos. Todo tu cuerpo me está sonriendo e invitando a seguirte.
Esa es la sonrisa del alma, tu sonrisa que, ahora, es mía.