V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

La tarde triste

Gemma Ferrer, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Cuatro y diez de la tarde, está lloviendo. Un lejano reflejo del sol se ahoga en los arbustos de la valla del cole. Las hojas de los árboles se mueven cómo si quisieran escapar. ¡Estoy deseando que termine la clase para llegar a casa, hincharme de bollos y mirar la televisión!

Suena la sirena para indicarnos que las clases han terminado por hoy. La señorita nos indica los deberes y deja que escapemos hacia los armarios para preparar las mochilas y salir del colegio hacia la estación. El camino es largo, pero lo distraemos con bromas y travesuras.

La estación ya está a unos veinte metros de distancia de nosotras. Sucede algo extraordinario: un grupo de chicos aparecen apelotonados en la calle. En mitad de ellos, hay un chico tumbado. Lo observo bien y me estremezco, ¡es el hermano de Marta!

Marta corre hacia él. Las demás nos quedamos en un rincón, sin perderles de vista. Ella busca algo en la mochila de su hermano; parece preocupada.

Su primo, que nos ha visto, viene hacia nosotras para contarnos lo que está sucediendo, pero el sonido de una ambulancia lo interrumpe.

De la ambulancia bajan cinco miembros del Sámur. Corren hacia el chico. Lo meten en la ambulancia con ayuda de la camilla mientras Marta viene corriendo hacia nosotras para decirnos que se va al hospital, pues su hermano tiene problemas del corazón y no encuentran sus pastillas.

Sacamos rápidamente el billete del tren y cogemos el primero que sale hacia el hospital. Al cabo de un cuarto de hora nos encontramos en el vestíbulo y nos dirigimos a la sala de espera de urgencias. Allí está Marta con sus padres. Se alegra al vernos otra vez, pero la expresión de su cara es triste.

No tarda mucho en salir el médico. Anuncia una mala noticia…

***

Ayer fue un día agotador. Llegué muy tarde a casa y no he podido pegar ojo en toda la noche pensando en Marta.

Mis padres me llaman y bajo apresuradamente las escaleras. Nos dirigimos al cementerio. Marta está allí, ahogada en su llanto.

Ojala hubiera sido sólo una pesadilla.