VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

La terminal

Lucia Fernández Gutiérrez, 14 años

                Colegio Guaydil (Las Palmas)  

“Mantengan vigiladas sus pertenencias en todo momento...”, recordó la monótona e impersonal voz de la megafonía del aeropuerto. Giró una vez más sobre si mismo, intentando que el tiempo pasara más rápido. Llevaba hora y media delante de aquella puerta, que se había abierto tres veces; tres vuelos habían aterrizado y ninguno era el que le importaba. Se le ocurrió volver al mostrador de información, pero rápidamente tuvo en cuenta lo que le habían dicho las dos veces anteriores:

-Perdón, me podría decir a qué hora aterriza el vuelo JFK-3045.

-Lo siento, señor. El vuelo salió con retraso, pero no podemos darle esa información -la chica de la voz de pinto sonrió con falsedad.

“Incompetentes” pensó.

Siguió caminando por la terminal. Los curiosos le miraban, aunque se iban acostumbrado a sus paseos. Andar de un extremo al otro de la terminal con un gigantesco ramo de flores, no era lo mejor para pasar desapercibido.

Se dirigió a la cafetería; necesitaba un café para mantenerse despierto.

***

Habían pasado tres horas y cinco tazas de café. Miró su reloj: eran las tres y cuarto de la mañana. Sus párpados le pesaban. Los brazos de Morfeo le empezaban a abrazar. Se levantó y se puso a caminar para despejarse. De repente, aquella voz robótica volvió a hablar: “Llegada del vuelo JFK-1207”. Otro vuelo que no era el que esperaba.

Siguió paseando por la terminal, mirando a través de los cristales que le protegían del frío de la calle. Empezaban a circular los coches, los taxis hacían cola a la salida para recoger a los primeros pasajeros del día...

Volvió a mirar su reloj; las cuatro menos diez. Parecía que el tiempo no avanzaba. En aquellos momentos, lo único que deseaba era que su vuelo llegara para volver a contemplar su sonrisa, sus ojos avellana, y rodearla con los brazos… Un mensaje interrumpió sus pensamientos: “Llegada del vuelo JKF-3045”. Cuando reconoció el número, salió corriendo hacia la puerta. Ahí la esperó.

Al cabo de media hora, la puerta se abría a intervalos irregulares, dejando escapar a algunas personas. Cuando su impaciencia volvía a hacerse notar, la puerta se abrió y vió su sonrisa.