XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

La tierra es azul
Nuria Torrubiano, 14 años

              Colegio La Vall  

—Diez, nueve, ocho, siete…

Empezaba la cuenta atrás. El Vostok 1 ya estaba listo para su salida hacia lo desconocido. Grandes y amenazantes, los motores empezaban a echar humo.

—...seis, cinco, cuatro…

Yuri se encontraba en la cabina, atado al sillón sin poder mover ni un músculo. El cosmonauta escuchaba el latir acelerado de su corazón. La Unión Soviética le presionaba para que la prueba fuese un éxito, pues la Guerra Fría nunca había sido tan tensa como en aquel momento: hasta entonces Estados Unidos les había llevado ventaja, siempre un paso por delante, pero por primera vez ellos los adelantaban gracias a la carrera espacial. Por otra parte, Yuri estaba en el lugar que cualquier astronauta podía desear.

Era doce de abril de 1961 y Yuri Gagarin iba a hacer lo imposible; iba a cruzar la barrera de la atmósfera, que ata a los humanos a la Tierra, para asomarse a una masa oscura, sin límites y jamás vista hasta entonces: el espacio exterior.

—...tres, dos, uno.

El ensordecedor rugir de las máquinas le hizo volver a la realidad. Pensó en su familia, que en unos momentos alzaría los ojos para ver su marcha y a la que era posible que nunca volviera a ver.

El cohete despegó. Yuri sintió como si un terremoto le dislocara todos sus miembros mientras se propagaba una ola de calor alrededor del cohete, creando una gran humareda. Su misión acababa de empezar.

El viaje transcurrió sin incidentes, hasta que llegó el momento de atravesar la estratosfera. El astronauta sabía que las probabilidades de que el cohete se convirtiera en una bola de fuego eran muy altas. Habían pasado apenas ocho minutos del despegue.

Le asustaba mirar por la ventanilla, pues no sabía con qué se iba a encontrar. Cuando al fin y con mucha parsimonia Yuri Gagarin observó la gran esfera azul de la Tierra, le pareció que el tamaño de nuestro planeta era menos que nada frente a la infinitud del espacio. Desde allí cayó en la cuenta de que desde allí arriba no había fronteras, y de que el hombre era nada ante la inmensidad del Universo.

Cuando su voz se lo permitió, pronunció las primeras palabras cuyos ecos resuenan todavía en nuestros oídos:

—La tierra es azul… ¡Qué bonita!... Es increíble.