X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

La vida misma

Conchi García, 15 años

                 Colegio Monaita (Granada)  

De repente el lienzo en blanco que tenía delante se había convertido en su mayor enemigo. Cerró el puño que no sostenía el pincel y resopló, frustrado mientras miraba la paleta de colores.

Se sentó en el suelo, junto a la tela virgen, a la espera de que alguna imagen se cruzara por su mente, aportándole alguna idea.

Pasó un minuto. Dos. Tres.

Nada.

-Papá, ¿me llevas al parque? -le llegó una voz desde la puerta, desconcentrándolo.

-Dani, no puedo ahora. ¿No ves que estoy ocupado?-protestó, sin desviar los ojos del lienzo.

El niño no dijo nada.

Al notar aquella decepción, se sintió obligado a decir, levantándose del suelo:

-Está bien…Pero tendremos que volver enseguida.

-¡Qué bien! -exclamó el pequeño.

El pintor le revolvió el pelo.

Minutos después estaban en el parque, junto al bloque de pisos donde vivían.

Su hijo, entre risas, se dirigió hacia el viejo tobogán. Le sorprendente que un objeto tan simple pudiese hacer a un niño tan feliz.

Se sentó en un banco desde el que pudo observarle. Sin embargo, dirigió los ojos, inconscientemente, hacia la ventana de su estudio, hasta que el llanto de un niño lo devolvió a la realidad.

De una carrera llegó a él y lo levantó del arenero. Sólo tenía un rasguño en la rodilla.

-¿Quieres que volvamos a casa?-le dijo, limpiándole el polvo de la ropa.

Daniel no contestó, haciendo ahora grandes esfuerzos por no llorar.

-¿Qué te pasa, campeón?-intentó animarle.

-Yo… quería jugar aquí contigo.

El padre lo abrazó.

Era principio del otoño y los árboles empezaban a amarillear. Una anciana estaba sentada en un banco y miraba a una mujer que tenía a un bebé en el regazo. Una pandilla de pequeños jugaban al escondite entre los árboles, cerca de unas adolescentes que reían al leer sus móviles.

Allí encontró lo que le pedía el lienzo desde hacía días: la vida misma.

-Entonces, ¡vamos a jugar!-le dijo, riendo, al oído.

Daniel se limpió las lágrimas y ambos, padre e hijo, se dirigieron al viejo tobogán.