II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

La vieja mamita

Inés Canals Pou, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

     Pasea por las calles acompañada de ese chirrido de ruedas producido por el viejo carrito que empuja suavemente. La gente se aleja a su paso, los supersticiosos se cambian de acera, los creyentes se santiguan...

     No está bien visto hablar con la loca del carro, también llamada “La vieja mamita”, aunque no por qué sea muy mayor, si no por los muchos años que lleva empujando de ese viejo cochecito vacío. Siempre hace el mismo recorrido: va desde su casa de Pearson al bar de las Ramblas, y se sienta frente a un viejo teatro.

      Hay quien dice que fue bailarina; incluso, quien cuenta que estuvo casada con un famoso bailarín con quien tuvo un hijo. Otros aseguran que el niño murió antes de nacer y que él la dejó... Pero no se sabe hasta que punto son habladurías.

* * * *

     Bajo las luces del estío una mujer mira a la lejanía, mientras toma con gesto inseguro una taza de café. Sobre la mesa del bar, una rosa roja, algo marchita, descansa junto a una vieja carta.

     Son las ocho de la tarde y acaba de terminar el musical del teatro. El bar bulle de gente y conversaciones. A la derecha, un hombre mayor lee el periódico con gesto concentrado mientras un oscuro puro se consume en el cenicero.

     Unas mesas más allá, un grupo de jóvenes conversan alegremente. Y en el centro la mujer de ojos oscuros toma el café. Los minutos pasan ante su creciente angustia.

     Coge la rosa y juguetea con sus pétalos. Uno cae sobre su falda. Lo coge y suspira. En sus ojos, cargados de decepción, asoma una lágrima que lucha por detenerse. No se ha presentado, y sabe que no lo hará. ¿Por qué guardar esperanzas cuando el amor ya se ha muerto?

Sus pensamientos vuelan por el pasado y juegan con su razón. Recuerdos de sonrisas y palabras que dejan un rastro de añoranza en su rostro. Un golpe de viento y dos pétalos vuelan con él, alejándose entre la gente.

     La mujer abre la carta y la lee por última vez. Lentamente la rompe y deja que los papeles vuelen por el aire. Y con ellos, la última lágrima derramada por él.

* * * *

     Bajo la sombra del atardecer una mujer mira a la lejanía, mientras con una melancólica sonrisa toma un sorbo de café. A su derecha, un cochecito de niño se mece con el viento. El bar bulle de conversaciones y de gente, pero ella no habla, no se mueve, solo mece el carrito con mano cariñosa. La gente pasa por su lado con gesto extrañado. Algunos, incluso con lástima. Pero ella parece no percatarse. Sólo mira al teatro, y tararea una vieja melodía sacada de algún lejano recuerdo.