V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Laqui

Marta Cabañero, 14 años

                Colegio IALE (Valencia)  

-¿Y desde cuándo dice que se encuentra en este estado? –preguntó el doctor con gesto de preocupación.

-Desde hace tres días. Fue entonces cuando nuestro perro, Laqui, se perdió –contestó Marga.

-Pero usted ya sabe que su enfermedad...

-Sí, sí. Pero no tiene nada que ver con eso. Era el único ser vivo capaz de dibujarle una sonrisa. Dormía y pintaba junto a Laqui. Era al único que dirigía alguna palabra.Laqui era su única conexión con nuestro mundo, ¿comprende? –la mujer tenía los ojos anegados en lágrimas-. Desde entonces está deprimido y yo no sé qué más intentar.

-Veré qué puedo hacer –murmuró el médico, cerrando tras de sí la puerta.

Una vez en su despacho, observó al hijo de Marga. Eduardo tenía la mirada perdida en algún punto de la calle, pero su rostro no mostraba expresión alguna.

-Hola Edu, ¿cómo estás? –saludó. El chico no contestó; ni siquiera pestañeó-. Te he traído unos dibujos de perros. Sé que es tu animal favorito. ¿Te acuerdas de Laqui? Seguro que estará muy feliz en el cielo de los perros y...

De repente, el niño se incorporó y comenzó a chillar algo incomprensible. Tiró la silla e intentó salir de la habitación, pero la puerta estaba cerrada con llave.

-Venga, Edu, cálmate –el doctor hablaba con pausa-. Lo que te ha sucedido no es tan grave. Hay millones de perros en el mundo. Mañana mismo te traeré un cachorro.

-La...qui... –gruñó, enseñando los dientes.

-Pero, ¿qué más podemos hacer? Tus padres han puesto carteles por las farolas de la ciudad y hasta han aparecido en la televisión. Ofrecen una recompensa, pero nadie ha traído a tu perro. Es mejor pensar que no va a volver, Eduardo –dijo muy despacio, para que el niño entendiera.

El chico se sentó en cuclillas, en una esquina, y comenzó a sollozar. Nadie sabía qué pasaba por la cabeza de aquel muchacho. Sólo el doctor podía imaginar cuáles eran sus sentimientos.

De pronto, sonó el timbre y se oyeron los pasos apresurados de Marga hacia la puerta. La abrió y...: ¡un ladrido! ¡Dos!

Edu se incorporó de un salto y se dirigió atropelladamente a la puerta. Se puso a aporrearla. El doctor la abrió y un perro se abalanzó sobre el niño, derribándolo sin contemplaciones. Le llenó la cara de lametazos. El chico, exclamó:

-¡¡La...qui!! –y soltó una sonora y refrescante carcajada.

-Un día que fui al parque, Keka, mi perrita, y Laqui jugaron juntos –le explicó una señora a Marga-. Creo que ahora la perra está preñada. ¡Seguro que a su hijo le hará mucha ilusión tener cachorros!

-Y hasta puede que su autismo mejore –añadió el médico-. Fíjense.

Eduardo susurraba palabras al oído de Keka a la vez que le acariciaba el lomo. También miraba a Laqui, como si lo entendiera. Al cabo de unos instantes, levantó la vista y dijo:

-Gracias.