III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Las Barcazas

María Lucea, 14 años

                  Colegio Aura (Tarragona)  

       Dominaban el horizonte las montañas Agoren, altas y majestuosas, con la cima cubierta de nieve y un cielo rojizo que anunciaba la llegada del anochecer. En medio de aquella espléndida imagen Balor contemplaba al más esbelto de los dragones, que se acercaba cada vez más a las profundidades del valle, en dirección al bosque de las Barcazas, en donde vivían las bestias más salvajes e indómitas de toda Vagalai: gólics, malaks, mil•lors y pariks, todos ellos completamente negros y con ropajes oscuros. Algunos tenían los ojos rojos, otros amarillos, y a todos les brillaban en la oscuridad del bosque. Quien se adentraba en el bosque, no sobrevivía para contarlo.

       Por eso no se sabe mucho sobre el origen de las Barcazas, pero cuenta una vieja leyenda que un elfo se marchó lejos de su casa para encontrar nuevas formas de poder. El elfo, que se decía Barcaz, se refugió en el bosque, perseguido por unos hombres que querían matarlo, y es que antiguamente los hombres perseguían a los elfos porque creían que todo lo relacionado con la magia era un mal augurio. Resultó que ese bosque escondía un poder oscuro y, al concentrarse los dos poderes (el de Barcaz y el del bosque) se produjo un extraño acontecimiento: Barcaz, se convirtió en el corazón de la arboleda, que desde ese momento tuvo vida propia. Los hombres que perseguían al elfo, que habían entrado en la arboleda, se convirtieron en bestias horribles.

       Balor aguardó a que Iriac saliera del bosque y volviera al establo de su padre, que era criador de dragones. Balor era el pequeño de cuatro hermanos mayores de edad. Tenía catorce años y sentía debilidad por los dragones.

       -Hola, Iriac, ¿cómo ha ido el vuelo? ¿Qué más has descubierto de las Barcazas? -le preguntó una vez el dragón aterrizó y plegó las alas.

       Iriac era aún un dragón joven, solo tenía seis meses, pero era mucho más espabilado que los de su edad. Era más esbelto y tenía las alas más grandes. El color de sus escamas era una mezcla de ocre y violeta. Balor nunca se había visto otro dragón con esas tonalidades. Además, tenía el sentido del oído más desarrollado. Por esas cualidades y por su personalidad serena y valiente, con muchas ganas de encontrar una respuesta a todos los enigmas, Balor lo había escogido. Y, a la vez, Iriac lo aceptaba como su jinete. Era como si se viera en un espejo, pero con apariencia humana.

       -El vuelo ha sido muy tranquilo, gracias. En las Barcazas he visto a dos gólics que perseguían a un malak. ¡Allá es todo tan oscuro!

       -¿Es tan siniestro como dices? Me gustaría ver lo que tú ves -dio un gran suspiro y prosiguió-. ¡Lo que daría por ir!

       -Mañana al amanecer podemos dar un vuelta y no volver hasta el anochecer.

       -¡Fantástico! –se abrazó a la bestia-. ¡No se que haría sin ti!

       Cuando aún no había salido el sol, Balor se dirigió a la cocina, donde cogió un trozo de pan, un cuchillo y medio queso. Metió todo en la mochila, se la cargó a la espalda y se dirigió al establo. Le puso al dragón la silla de montar y se subió a sus lomos.

       -¿Preparado? Hoy nos espera un día muy intenso.

       -Más que nunca, Iri.

       -No me llames así. Sabes que no me gusta.

       El animal provocó una pequeña sacudida que hizo caer a su jinete al suelo. El chico volvió a subir a la silla de montar y riendo, emprendieron vuelo hacia el horizonte, donde parecía que la tierra se acababa. Volaron hasta que salió el sol, entonces el dragón emprendió el vertiginoso descenso hacia un río.

       -Iriac, después de la comida sobrevolaremos las Barcazas.

       -No te lo aconsejo, pero si eso es lo que quieres…

       Volvieron a emprender el vuelo, esa vez en dirección a la Barcazas.

       -Mira, allí hay un mil•lor seguido de tres pariks -dijo Iriac, señalando con una pata el corazón de las Barcazas.

       -Nunca había visto uno de esos animales. ¡Qué feos! -Balor hizo una mueca de asco y horror a la vez.

       -Vámonos. Es muy peligroso.

       -No me va ha pasar nada, y menos si voy contigo.

       -Ya, pero yo soy inmune a la maldición, y tú no.

       Una figura negra disparó una flecha desde el bosque, que se clavó en la pata izquierda de Iriac, que perdió el equilibrio y cayó hacia las Barcazas. Por suerte, logró posarse en una pequeña llanura.

       -¡Iriac! -gritaba Balor- ¿Estás bien?

       -No es grave, pero no puedo volar. Tendremos que salir a pie- sentenció el dragón-. Sube, no quiero que te alejes de mí.

       -Demasiado tarde- dijo el chico con un hilo de voz-. Estamos rodeados.

       Unas criaturas de formas inverosímiles, bajo una apariencia animal en la que aún se podían distinguir algunos rasgos humanos, empezaron a lanzar flechas venenosas hacia Iriac, quien se cubrió con las alas y cayó al suelo.

       -¡Balor, no podemos perder el tiempo!

       -¿Estás seguro de que podrás correr conmigo en tu espalda? Estás malherido.

       -Sobre todo, encógete y no mires atrás.

       El dragón esquivaba los árboles que encontraba por el camino. El poder mágico de Iriac había hecho que todavía no se hubiera transformado en una de aquellas criaturas que los perseguían, pero empezaba a notar algunos síntomas: su piel se estaba volviendo negra, aunque a un ritmo muy lento.

       Las ganas de ver un poco más cerca aquellas bestias vencieron a Balor, que se giró hacia atrás. Descubrió un gòlic, cuatro malaks y diez pariks, todos con unos ojos que centelleaban el la oscuridad. ¿Por qué los perseguían? Balor pensó que debía ser por Iriac, porque según lo que sabía nunca un dragón había desaparecido en las inmensidades de las Barcazas y ahora que Iriac estaba herido era una presa fácil.

Absorto en sus pensamientos, Balor no vio que dispararon una flecha envenenada que se le clavó en el costado derecho. El veneno se le esparció con rapidez y murió al instante.

       Cuando Iriac percibió que el jinete había muerto, se detuvo para que el resto de las flechas se le clavaran al cuerpo. Un dragón sólo puede tener un jinete en toda su vida. Si el suyo había muerto, ¿qué sentido tenía seguir viviendo? A los pocos minutos el dragón también murió. Las horribles criaturas arrastraron los cuerpos bosque adentro.