XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Las cosas como son 

Ana Jordán, 16 años

             Colegio Canigó (Barcelona)  

De pequeña, cuando había hecho alguna travesura, mi padre me insistía en la necesidad de llamar a las cosas por su nombre. Me lo repitió también el día en el que pegué a mi hermano y me excusé afirmando que había sido sin querer…

He crecido y, gracias a las situaciones del día a día, me he ido dando cuenta de que llamar a las cosas por su nombre es mucho más importante que lo que pensaba en un principio; por otro lado, he comprendido que mi padre no se refería solo a escoger las palabras adecuadas, sino también a decir la verdad.

A veces, cuando me pillaban distraída en clase o hablando con la compañera de al lado, me excusaba diciendo que solo estaba comentando cosas relativas a la asignatura, lo cual no era del todo cierto; en otras ocasiones, cuando me peleaba con alguna amiga porque consideraba que me había dicho algo ofensivo, en el fondo lo que había ocurrido era un problema de comunicación, ya que las dos teníamos una percepción distinta ante los matices de las palabras que nos habíamos dirigido.

Por eso, para evitar malentendidos, a la hora de expresarse es esencial la corrección, pero sin olvidar que la sinceridad es igual de indispensable. Además, la mentira siempre se acaba descubriendo y llegado el momento, no hace bien ni al que la dice ni al que la recibe.

A todos nos atraen mucho más las personas que son capaces de asumir las consecuencias de sus actos, aceptando las cosas tal y como son y diciendo la verdad. Tal vez pueda resultar difícil, pero si muchos han sido capaces, ¿por qué no vamos a poder nosotros también?

A la corrección y la sinceridad se sumaría la coherencia, que es un valor esencial que nos lleva a evitar la doblez. Por todo ello, debemos ser personas que usen las palabras en servicio de la verdad y no de nuestros propios intereses.