VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Las dos caras de la moneda

Rafael Contreras, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Gonzalo Sánchez entró en su bloque de pisos con paso cansado, saludó a la portera, que era la madre de su jefe, y pulsó el botón, a la espera del ascensor. Mientras, se recordó a sí mismo la importante reunión que tendría el lunes siguiente, en la que le confirmarían o rechazarían su ascenso. El sonido que anunciaba la llegada del elevador, le sacó de sus pensamientos.

Abrió la puerta y se encontró, frente a frente, con un hombre de su misma estatura y, aproximadamente, de su misma edad. Jamás lo había visto por ahí.

-Hola -le saludó el desconocido-. Soy Sancho González, nuevo en esta casa -le extendió la mano.

-Soy Gonzalo Sánchez. Bienvenido a nuestro bloque.

-He venido a por el piso en venta, el 2º E. Lleva mucho tiempo deshabitado. En fin -miró su reloj-, ha sido un placer.

-Igualmente -respondió Gonzalo-. Espero verle a menudo.

-No te quepa duda de que lo harás, Gonzalo -sonrió.

Aquella noche Gonzalo tuvo un sueño profundo pero nada reparador. Padecía de sonambulismo, y a veces deambulaba por la casa e, incluso, por el edificio. Al despertarse por la mañana y bajar las escaleras, se encontró ucon n cordón policial en el 2º E. Un agente le miró con desconfianza.

-¿Qué ha ocurrido, agente?

-Un crimen -le informó el policía-. La portera ha sido brutalmente asesinada en este piso sin dueño.

-¿Sin dueño? -Gonzalo se extrañó-. Lo acaba de adquirir un tal Sancho González. Yo mismo le vi ayer. ¿Él no sabe nada?

-¿Sancho González?... -el policía le observó con desdén-. Este piso lleva a la venta muchos años, joven, y nadie lo ha adquirido. No consta nada en las escrituras del edificio ni en los registros municipales. Sin embargo -entrecerró los ojos-, usted vendrá a comisaría para testificar.

Gonzalo volvió a la casa cuando ya casi era de noche. Una duda albergaba su mente. ¿Quién era aquel Sancho González? Decidido a investigar, entró en el 2º E. Había algo extraño en la muerte de la portera y en su encuentro con aquel desconocido. Atravesó el cordón policial y penetró en el vestíbulo, sumido en las sombras. Habían retirado el cadáver, así que no se sentía incómodo.

De repente, la puerta se cerró con estrépito, ahogando el grito de Gonzalo. Trató de huír, pero habían cerrado con llave.

-¿Quién anda ahí? -preguntó a la oscuridad.

Nadie le respondió.

Avanzó a tientas por el pasillo, tanteó la pared y encendió una luz que lo cegó momentáneamente. Cuando recuperó la vista, descubrió la silueta de Sancho, que le miraba burlón.

-Hola, Gonzalo.

-¡Tú! ¿Quién eres? ¿Qué quieres?

-No vale la pena que grites ni pidas socorro. En cuanto a lo que quiero… Quiero lo mismo que deseas tú. Te conozco, Gonzalo Sánchez, mejor de lo que imaginas.

Gonzalo cerró un momento los párpados y los volvió a abrir, para asegurarse de que aquello no era una pesadilla.

-Si se trata de una broma, esto no tiene gracia... ¿Qué sabes tú de mí?-Preguntó, desesperado.

Sancho se tomó su tiempo para responder. Cuando lo hizo, pronunció las palabras despacio, saboreándolas:

-Sé que tus padres murieron en un accidente de coche, que eres sonámbulo y que odiabas a la portera. Sus cotilleos respecto a tu vida llegaban a oídos de tu jefe. Amor de madre e hijo... Esa mujer te desprestigiaba. Por eso tramaste un plan perfecto para deshacerte de ella…Y funcionó.

-¡Mientes! -rugió Gonzalo.

Se abalanzó sobre Sancho, que lo esquivó y salió corriendo. Gonzalo comenzó a perseguirle. Llegaron a una pequeña sala con una ventana abierta. Allí Gonzalo pudo golpearle con furia. Sancho no hizo nada por defenderse. Se dejó empujar y trastabilló contra el vano de la ventana. Un instante después cayó al vacío. Gonzalo contuvo un grito y corrió a asomarse. Escudriñó la oscuridad de la calle, con detenimiento, pero no vio a nadie.

“Vaya”, pensó Gonzalo, “ha conseguido escaparse”.

Salió del piso. Al llegar a su casa, entró en el cuarto de baño y se lavó la cara. Contempló su imagen en el espejo y se le cortó la respiración. Tenía el rostro sembrado de golpes, los mismos golpes que con los que él había vapuleado el rostro de Gonzalo.